Saltear al contenido principal

Todo comenzó una mañana primaveral del mes de marzo. Nos íbamos a Azores (Portugal), al archipiélago olvidado durante milenios por la humanidad. En 1497 las islas fueron habitadas por los portugueses que crearon allí colonias de granjas. Todas ellas, Santa María, do Pico, Graciosa, Terceira, São Miguel… así hasta nueve, emergieron del fondo del océano y crearon un paisaje de cráteres volcánicos, rocas negras, horizontes fértiles pintados de verde y salpicados de vacas.

En el caso de nuestra isla en destino, São Miguel, teníamos en la cabeza eso de averiguar cómo se vive en una isla y qué tipo de relación había entre los isleños y sus vecinos los peninsulares, sin dejar de lado las visitas de los lugares más emblemáticos. Con lo que no contábamos es con que en esta Isla Verde (también conocida dada la inmensidad de esta tonalidad en cualquiera de sus campos) durante los cuatro días que duraba el viaje, más de la mitad estaríamos en remojo sumergidos en aguas sulfurosas, verdes, anaranjadas y que superaban los 30 grados. El viaje hacia la eterna juventud estaba empezando.

Primer remojo: Ponta da Ferraria

Las mayoría de las carreteras en São Miguel son muy sinuosas, un carril para cada sentido y sin arcén, pero es un placer para los ojos conducir por ellas. A ambos lados emanan floraciones de hortensias, otras plantas y árboles que combinan con el paisaje fértil.

Tras dejar atrás el interior de la isla, la humedad y un clima menos caluroso, nos dirigimos hacia la costa oeste. Una empinada carretera al lado de un acantilado desciende hasta la orilla de un mar bravío. Es todo un espectáculo llegar a Ponta da Ferraria. Lava negra, gramíneas verdes, un antiguo cráter (volcán das Camarinhas) con piscinas naturales donde entra el agua del Atlántico y en el extremo del cabo emerge una pileta de agua minero-medicinal de color verdoso, como la isla en sí. Son las termas de Ferraria.

Estamos seguros que, de los que estáis leyendo esto ahora, pocos darían un primer impulso para bañarse en el líquido aparentemente artificial comparado con el color del océano. Sin embargo, y lejos de ser una piscina idílica de color turquesa como las que estamos acostumbrados a ver, las aguas del depósito de Ferraria alcanzan más de 40º centígrados y contienen cantidades elevadas de azufre, sal, hierro y algas (de ahí la tonalidad verde). Todo ello convierte a Ponta da Ferraria en un escenario único en el mundo donde se mezcla el agua de mar con las aguas sulfuro-ferruginosas que emanan de los manantiales del interior de la tierra a más de 62ºC. Un lugar  idóneo para el tratamiento del reumatismo y la nefritis. (Entrada: 6€ por persona, duchas y vestidor).

Segundo remojo: Caldeira Velha

Si continuamos nuestra ruta en coche por São Miguel tenemos que hacer una parada obligatoria en este lugar. Los helechos gigantes, acacias, pinos, palmeras y una gran masa boscosa nos hacen pensar que hemos cambiado de continente. Dentro de sus 745km2, esta isla nos sorprende constantemente. En un mismo día puedes desayunar en su capital al sur (Punta Delgada), bañarte en el oeste y seguir la ruta hacia el interior para pasar por un lugar mágico entre Ribeira Grande y Lagoa do Fogo. Bajen de sus vehículos. Estamos en Caldeira Velha.

La vegetación invade el camino, un recorrido de unos 300 metros de arena rojiza nos adentra en un bosque creado gracias al clima de inviernos suaves de las Azores. Pensamos que es lo más parecido al Edén, naturaleza en estado puro y salvaje y al fondo dos termas de aguas termales. Una fumarola de agua ferruginosa a más de 60oC protagoniza parte de este lugar. Gracias a ella disfrutamos de los baños en los estanques adyacentes. La piscina superior, la que está más al fondo, tiene una cascada de agua que ronda los 38ºC y la de abajo está más caliente. Toca quitarse la ropa de calle, enfundarse el bañador y pisar la tierra rojiza. Nada de chanclas. Ya nos sentimos como Adán y Eva en el paraíso. (Entrada: 2€ por persona, escaso vestidor y duchas).

Tercer remojo: Terra Nostra Garden

Sinceramente, los dedos de nuestras manos en esta isla están empezando a encoger con tanta agua, pero no podemos irnos de São Miguel sin visitar el jardín botánico y las termas de Terra Nostra.

La idea de este inmenso espacio nació en el siglo XVIII, cuando el mercader norteamericano Thomas Hickling, construyó su residencia de verano aprovechando los beneficios de aguas termales de la zona. Una casa de madera, árboles originarios de su tierra y otras especies distribuidas en 12 hectáreas. Años después, en 1848, la familia Bensaude y el marqués de Praia reedificaron la casa de verano convirtiéndola en la Casa do Parque, un palacete decimonónico que preside el gran estanque termal de color anaranjado.

Otras dos piscinas más pequeñas se esconden entre la vegetación, pero la que más impacta es la gigantesca central anaranjada, de donde emana una suave niebla creada por el vaho del agua caliente (38ºC) mezclado con un clima húmedo. El líquido termal es rico en hierro, minerales y originario del volcán Furnas, a unos kilómetros de distancia. Aquí el beneficio es para la piel y para el aparato respiratorio. (Entrada: 8€ por persona, vestidor y duchas).

No nos lo creemos, pero sentimos que durante unos días estamos rejuveneciendo. Además en Azores el horario se rige por el meridiano 25, por lo que tenemos dos horas menos con respecto a España, nuestro lugar de origen. Así que por un detalle u otro aquí ya podemos afirmar que somos un poco más jóvenes.


Más reportajes aquí de Azores

AGRADECIMIENTOS PARA LA ELABORACIÓN DE ESTE REPORTAJE

© ILUSTRACIÓN DE CABECERA:

Carlos García Rubio

Esta entrada tiene 3 comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Volver arriba
Buscar