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El estrés, las grandes ciudades, los horarios, los coches, las bocinas, el reloj… todo nos hace ir más deprisa y, por tanto, más acelerados. De tal forma que cuando le damos al botón pause durante unos días en el país que hemos elegido visitar, nos cuesta mucho cambiar ese chip y bajar las revoluciones como un coche de carreras cuando llega a meta.

Y esta velocidad, que ya llevamos casi de manera innata, choca mucho en otras culturas.

«La prisa mata», es una de las frases más exclamadas y repetidas por las personas que ocupan un puesto en los bazares de Marrakech, cuando pasa un turista corriendo de tienda en tienda en busca del mejor recuerdo y sin tiempo casi para regatear. Y otros por miedo a que les aborden los comerciantes.

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Y es que su vida, la de los marroquís en este caso, es de vivir con las revoluciones muy bajas. Los médicos dicen que es un seguro de vida. Sea o no seguro, lo que cada vez me queda más claro en estos países diferentes al mundo que se hace llamar ‘desarrollado’ –aquí habría un debate muy largo, pero este artículo no es el caso– es que saborean cada minuto de vida.

Solo basta con llegar a un ‘riad’, a esas antiguas casas dentro de la Medina que han sido rehabilitadas para disfrute turístico y como modelo de negocio para el propio pueblo. Tú llegas más que acelerado, casi corriendo, porque llevas en tu mochila el estrés de tu país y quieres dejar las maletas y salir pitando para ver la ciudad, pero… ¡Zas!, la primera desaceleración te da de pleno en la cara. El dueño del ‘riad’ te recibe con un té verde, unas pastas y te invita a tomar asiento en el patio de su casa, para empezar a entablar una conversación. Y es justo en ese momento cuando te das cuenta de lo mucho que vamos a todo correr por la vida, sin darnos cuenta de lo que pasa a nuestro alrededor, sin preocuparnos en ver lo que estamos experimentando, sin saborear algunas situaciones… En definitiva, desde mi punto de vista, sin vivir plenamente.

Para ellos estar horas sentados charlando alrededor de un buen té verde o de una pipa es algo que pertenece al día a día, algo que hace que la vida se saboree más.

Para, observa y vive en Marrakech

El mero hecho del regateo también es otro buen ejemplo. Lo de comprar corriendo y lo primero que veas no va con ellos. Hay que armarse de paciencia, buen humor y, sobre todo, mucha picaresca y un poquito de morro para poder afrontar cara a cara una negociación que puede durar mucho tiempo… Y cuenta con que esa persona salga detrás de ti por todo el bazar. Dos consejos: nunca muestres interés por el objeto por mucho que te guste y siempre empieza por un precio ínfimo, aunque te tachen de loc@, así tendrás más margen para poder subir y negociar bien… 

Pensarás, lo malo que tiene ser tan tranquilón es que a lo mejor no eres tan productivo… Probablemente tengáis razón, pero yo propondría desde este rinconcito de la web que podríamos llegar a un término medio, ¿no?, más que nada porque, ya lo dicen, «la prisa mata»… Y lo de morir de estrés —dicen que— no tiene nada de glamour.

Y para probar vuestra paciencia y cuánto podéis aguantar en esta página sin que el estrés os haga moveros a otra actividad, os dejo un discurso de la escritora nigeriana, Chimamanda Ngozi Adichie, que aborda las creencias de la historia única. Una historia que la sociedad crea sobre una cultura y un pueblo… como, en este caso que nos ocupa, el miedo que puede generar la cultura marroquí por lo que leemos o nos cuentan los medios de comunicación antes de llegar al país.

En otras palabras, para poder opinar de algo, hay que vivirlo y verlo, no podemos juzgar con una imagen que no tomamos personalmente y realizar juicios de valor. ¡Vale la pena! Toma tu té, y acomódate… Son solamente 19 minutos… 

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