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rodas acuarela

Parece que no existe. Llevábamos más de diez días dando vueltas en la isla griega de Rodas y, entre ruinas, poblados, playas, calas, snorkel y varios restaurantes donde hacían que nuestro paladar salivara constantemente, estaba claro que no encontrábamos eso que en la Ilíada se habla: el don de la hospitalidad. Un ápice de esta peculiaridad muy mediterránea, pero que nosotros sólo habíamos visto emerger muy tímidamente en nuestro primer día en la isla gracias al sirtaki —el baile griego por excelencia— y a una familia que regentaba un restaurante. Nos sentíamos como en casa bailando con ellos, pero, estaba claro, había una transacción económica de por medio. No nos servía.

¿Cómo buscarlo encontrarlo en Rodas?

Llegó el último día en la ínsula y nos íbamos sin vivirlo. Curiosamente decidimos volver a la cala que más nos había impactado de Rodas, la bahía de Haraki, una de las menos transitadas, muy tranquila y en donde puedes comer una variedad de pescados y mariscos a un precio bajo.

Rodas
Bahía de Haraki

La idea era dejar de un lado el bikini y el bañador y hacer unas acuarelas de la bella bahía. Aquí sí, aquí no… No encontrábamos un lugar idóneo con una clara perspectiva. Y allí, donde antes sólo habíamos visto unas casas cerradas, en donde la gente pasaba y las hacía fotos sin preocuparse de quién vivía en ellas, estaba Andonis… Y bueno, y unos vecinos de edad avanzada muy ruidosos que se habían juntado esa mañana de jueves para organizar una comida en la terraza de la casa.

Después de varios intentos y darse cuenta de que no le entendíamos, uno de los señores de la reunión nos pregunta en un inglés muy básico «¿qué buscáis?». Y ahora cómo le explicamos en inglés que queremos un lugar con buena visión para pintar su bahía. Lo intentamos, pero está claro, estos señores sólo hablan griego y…

—… alemán, son alemanes, podéis sentaros en la terraza de mi casa si queréis, os estaba escuchando mientras venía hacía aquí. Hola me llamo Andonis, ¿vosotros?

Este griego con aspecto de estereotipo mexicano y con un cierto parecido a Burt Reynolds emerge de las aguas, como Poseidón, «sí, todos los días a las 12.00h salgo de mi casa y me doy un baño en el mar», comenta mientras se acerca a nosotros con la toalla en la mano.

— ¿Podemos ponernos delante de su casa a pintar? Aquí en el trozo de calle.
Why not?… (Por qué no), pero no os sentéis en el borde, os saco unas sillas y una mesa para que estéis cómodos.

rodas
Andonis al fondo a la derecha en la entrada de su casa. Al fondo, los vecinos alemanes. En primer plano, nuestro director de arte pintando la acuarela.

Fruta con queso feta

Andonis nos explica que nació en esa pequeña casa, en la orilla del mar y que se dedicaba a ayudar a su padre con las cabras y a recorrer las montañas cercanas al pueblo de Haraki. Después la familia emigró a Estados Unidos donde su progenitor llegó a ser un famoso cantautor al otro lado del charco gracias a este arte.

«Ahora vivo en invierno en New Jersey, en Estados Unidos, y durante los veranos me vengo aquí donde nací para cuidar a mi madre que está delicada, voy todos los días a las 16.00h de la tarde», nos explica, «este lugar es la paz, donde vivo es una jungla… pero por la hora que es ¿habréis desayunado?»

rodas acuarela

Y tras sacar de su pequeño refugio dos sillas para que nos sentáramos en el porche de la casa, Andonis nos trae lo que más le gusta comer: fruta y queso. «Realmente es lo único que como, ¡me encanta!», confiesa, «y este zumo de arándanos que os traigo es mi preferido». Estamos en casa.

El olor de pimientos fritos de la reunión de la casa de al lado comienza a llenar la estancia donde nos sentamos. «Estos viven bien, todos los días hacen reuniones y vienen a pasar las vacaciones aquí, el invierno en Alemania debe de ser muy duro», unas palabras que resuenan en un Andonis con un matiz de soledad, mientras echa fuera de la casa a las hormigas que hacen hileras y están empezando a invadir su terraza. «¿No te unes a ellos?», le preguntamos, «no me invitan nunca», revela.

Observando alrededor

Dos chicas turistas —parecen inglesas— se acercan a otra casa que teníamos al lado aparte de la de los alemanes. En ella vive un matrimonio mayor griego que están tranquilamente sentados en el porche esperando a que se haga la comida dentro. Me fijo como las dos mujeres comienzan a hacer fotos a las macetas que hay en el borde de la casa y una de ellas mira al señor mayor. Sin intercambiar palabra, salvo un photo, photo, levantan a la pareja anciana de sus sillas para sentarse en ellas y que el hombre las fotografíe con la casa de fondo como si fuera suya. Segundos después, las mujeres marchan con un simple thanks.  Me quedo mirando largo rato, observando la escena perpleja… Andonis me mira y se ríe. «Esto pasa todos los días, le gente no se preocupa de saber quién vive aquí, hacen fotos de las casas y las plantas para enseñarlas a la vuelta de sus vacaciones y ya», resalta, «pero hoy es un día especial con vosotros».

Después de tres horas pintando, hablando de la vida y de la política —sobre todo de la griega que por aquel entonces estaba en una crisis brutal—, terminamos las acuarelas. Son las 15.30 horas y Andonis tiene que ir a ver a su madre. «Recogemos todo y me marcho», nos dice en un castellano perfecto. Andonis se muestra solitario y tímido, durante la larga conversación, nos llega a declarar que en EEUU se reúne con mexicanos para hablar «un panespañol», matiza. Características muy personales las de Andoni, pero nada incompatibles con una cualidad muy mediterránea y griega, la de la hospitalidad. Por fin la encontramos.


En cabecera: Andoni en centro con el equipo Babilonia’s Travel.

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