Saltear al contenido principal
bolillos

Bolillo: palo pequeño y torneado que sirve para hacer encajes y pasamanería. El hilo se arrolla o devana en la mitad superior, que es más delgada, y queda tirante por el peso de la otra mitad, que es más gruesa.

Encaje: tejido de mallas, lazadas o calados, con flores, figuras u otras labores, que se hace con bolillos, aguja de coser o de gancho, etc., o bien a máquina.

(Real Academia de la Lengua)


Si bien es cierto que en ninguna de las definiciones de encaje de bolillos aparece la palabra mujer, ¿por qué en la mayoría de los países donde se practica esta tarea artesanal casi siempre que vemos una foto o leemos un artículo está asociada principalmente al género femenino?

Países como Inglaterra, Bélgica (Brujas), España y Francia, principalmente, las encajeras todavía enseñan su arte y venden sus productos, pero en pocas ocasiones vemos a hombres con el bolillo en la mano. Existen, y cada vez más. Tener cerquita a varias generaciones de hombres dedicados al bolillo como José Luis, jubilado y con más de veinte años de entrega, a Arnau, un niño de ocho años y a Jordi, bordador y fabricante de patrones para los bolillos, es todo un lujo.

Dos razones para bordar: viajar y socializar

Realmente «las manos no tienen sexo», declara José Luis a BABILONIA’S TRAVEL en un encuentro de puntaires (encuentro de bolilleras en catalán) celebrado en Sant Fost de Campsentelles (Barcelona) y organizado por el grupo de Dones Hedera. En realidad, este jubilado acompaña a su mujer de feria en feria y fue la excusa perfecta hace veinte años para comenzar en esto del bolillo. «De ir con mi esposa a los encuentros me ponía a hablar con los otros maridos que estaban y al final me salió eso de bordar», nos explica.

José Luis ahora es un varón que ya no trabaja por su edad, aunque es muy inquieto y se desenvuelve exquisitamente con los hilos y el bolillo. Aparte de bordar, también pinta en sus ratos libres. En sus años mozos era delineante y «llegaba a casa después del trabajo con migrañas, necesitaba tener la mente ocupada en otra cosa, así que esto de los bolillos me ayudó bastante». También este arte ha sido —y es— «un pretexto para viajar», al menos para nuestro polifacético encajero. Su mujer, Mercedes, o «la jefa» como le llama José Luis, asiente con la cabeza cuando le preguntamos. Hoy han viajado desde Cornellá, pero otras veces han ido a Castilla-La Mancha, otras a Italia, a Brujas en Bélgica…

Y como añadido al arte, también sirve para socializar. «La gente está cada vez más para ellos, así que el hecho de estar aquí hoy es un motivo para relacionarte», añade el jubilado. Vemos como la jefa se ríe mientras entrevistamos a su marido al otro lado de la larga mesa. Ella está de cháchara con sus compañeras de bolillos a las que no paran de tocarles los premios que sortea la organización. «Sí, soy yo su mujer, aunque no esté sentada a su lado», nos aclara, «es que mi marido es un mormón, ¿ves todas las mujeres que tiene alrededor?», ríe.

«A mí no me importa estar rodeado de mujeres y que vengan los maridos de ellas y me vean, tengo un carácter muy abierto», nos explica José Luis, «incluso cuando trabajaba los compañeros sabían que me dedicaba a esto».

Tras la Revolución Industrial

En realidad este arte centenario ha evolucionado en demasía, sobre todo cuando las máquinas se introdujeron en la industria. Desde los estilos, los usos posteriores del bordado según las tendencias, hasta los patrones (cartones) que se utilizan para seguir el modelo a bordar, estos «los hacen las máquinas», asegura José Luis señalando el puesto de Jordi Roka, de Patrons Roka que ha venido a esta muestra de puntaires con sus cientos de cartones con dibujos agujereados para que se puedan guiar las encajeras —y los encajeros—.

«Yo también sé bordar, si quieres dedicarte a esto tienes que saber», nos aclara Jordi cuando nos acercamos a su parada. Él también coincide con la labor social que fomenta el bolillo, aparte de que «te ayuda a tener las manos y la cabeza en plena forma».

Jordi lleva más de diez años en el negocio de fabricar los cartones que se colocan en el cojín, bajo los alfileres que luego guiarán la costura. Hay que troquelarlos para que las agujas se puedan pinchar. «Esta labor antes se hacía a mano, mi padre le hacía los patrones a mi madre y yo una noche que estaba ya harto de trabajar como crupier decidí que me dedicaría a esto», nos declara el vendedor.

Un programa de diseño como Autocad y unas ganas inmensas de llevar su propio negocio fue lo que motivó a Jordi a emprender. «Ahora trabajo siete días a la semana, pero estoy contento, de lunes a viernes produzco en el taller, dibujo y troquelo, y el fin de semana cojo la furgoneta, recojo a mi mujer de su trabajo y nos vamos a recorrer España de feria en feria para vender los cartones, son nuestras vacaciones», nos comenta con orgullo. Se le ve feliz. Vemos que detrás de los bolillos hay mucho más. Diseñar en ordenador los dibujos y hacer coincidir los agujeros en el dibujo también es una arte.

El futuro del bolillo

Talento, por suerte, que está llegando a los más pequeños y a algunas escuelas. Arnau, de ocho años, nos explica que lleva unos dos años aprendiendo a bordar con bolillos y que «también quieren algunos compañeros del cole», nos confiesa con su voz dulce. Este pequeño de pelo rubio fue introducido en el mundo del bordado por su abuela, sentada a su lado derecho y que no para que mover los bolillos de un lado a otro mientras hablamos con su nieto.


Arnau aparece a la izquierda con su bolsa de arroz inflado. De espaldas, su abuela

Nos fijamos en uno de los palillos de Arnau, está pintado con unas letras. Ahora estos están sin moverse porque el discípulo está comiendo una pequeña bolsa de arroz inflado, «para reponer energías», aclara su abuela. No lo dudamos, hay que estar muy concentrado para dirigir bien los hilos y no equivocarse. Se empieza con 12 y pueden llegar a 700. «Cada aguja es una pareja de bolillos y éste (el pintado) me sirve de guía, se lo regalaron a mi abuela en una feria», comenta Arnau.

Y así es la lucha por la supervivencia de esta labor de siglos, aunque apunta a que cada vez tendrá más seguidores. Esa es la sensación. El pequeño aprendiz nos declara que ahora es él el que enseña a sus primos y nuestro encajero jubilado nos informa que «la Asociación Catalana de Puntaires ya tiene un tope, porque están desbordados». Pero el camino es duro, hay mucha rivalidad con las mismas máquinas y los bordados no manuales para vivir de ello.

José Luis nos da la clave, «esto es un hobby» no se puede vivir de los bordados, por esto muchos de los que se dedican son ya mayores, la media de edad de cualquier encuentro ronda los 60 años. Además hay que luchar contra la industria, en Brujas, cuna del bolillo, «ya todo lo que venden es chino».


© Ilustración de cabecera: Carlos García Rubio

Esta entrada tiene 2 comentarios

  1. Buenas tardes y muchas gracias por el articulo, muy interesante, yo conocí hace poco el arte de los bolillos y estoy aprendiendo, en colombia no es muy conocido, y la consecución de materiales no es fácil, todo lo demás se encuentra en la web.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Volver arriba
Buscar