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Dicen que cada vez más miramos al suelo mientras andamos. Dicen que cada vez más miramos la pantalla de nuestro smartphone en lugar de mirar a los ojos cuando nos cruzamos con alguien en la calle. Dicen que cada vez más somos individualistas. Dicen que cada vez más somos apocalípticos con las noticias que nos rodean. Dicen que… ¿quién dice?

El día realmente no acompañaba. Estuvo lloviendo toda la mañana en el mejor de los casos. En el peor, la nieve a más de uno no le dejó llegar a su puesto de trabajo. Eran las 18:30 horas de la tarde cuando llegué a la biblioteca pública Esquerra de l’Eixample – Agustí Centelles en pleno centro de la ciudad de Barcelona. El acto debía comenzar a las 19:00 horas pero el público ya ocupaba los asientos del inmenso auditorio de este lugar. ¡Quién lo diría! cuando antaño las bibliotecas servían sólo para tomar prestados libros. Ahora acoge eventos y algunos de grandes magnitudes como el que iba a asistir.

Cierro el paraguas, me quito el gorro que cubre parte de mis orejas del aire gélido. Un clima que durante ese mediodía averiguo en las noticias que proviene de una masa de aire polar a finales de febrero, increíble. Miro todas las filas ocupadas excepto las dos últimas. Parece que en medio de una de ellas, más próximas al escenario, hay un pequeño hueco. Pregunto si está libre, pero como la mayoría de los que están sentados están más pendientes de su móvil que de lo que sucede a su alrededor, nadie me escucha. Tengo que alzar la voz. «¿Está libre?» y una señora levanta un poco la mirada… Le pregunta a la del al lado y finalmente me dicen «sí, está libre».

Pregunto si está libre, pero como la mayoría de los que están sentados están más pendientes de su móvil que de lo que sucede a su alrededor, nadie me escucha.

Quedan 15 minutos para que el escritor y académico de la Real Academia Española, Antonio Muñoz Molina, presente su nuevo libro «Un andar solitario entre la gente». Mientras aprovecho para observar cómo el público se va encontrando con los conocidos y los amigos. Algunos consiguen entrar, otros se empiezan a quedar fuera. Una señora una fila más abajo está inquieta. Mira a la puerta, el móvil, habla con su amiga gesticulando… y oigo hablar con el que parece su marido por teléfono. «¡Qué entres! si hay sitio de sobra, entra Manolo, entra». Miro pero creo que la señora y yo estamos en sitios diferentes porque allí ya no cabe ni un alfiler. El tal Manolo entra, pero también el marido de la señora que tengo a mi lado. «¿No te importa moverte un poco?, si cabemos»… Y mientras mi amiga que venía también al acto fuera, sin poder entrar.

Son las 19:10 horas y la presentación no comienza. El gentío se inquieta. Estamos esperando a los de la fila cero. De repente la puerta se vuelve a abrir y todos los que quedaban fuera les dejan sentarse en las escaleras del auditorium. Mi amiga lo consigue. Estamos lejos físicamente, pero conectadas en el pensamiento… bueno, con el whatsapp, quería decir.

Muñoz Molina viene acompañado de Jordi Corominas, escritor también y crítico literario. Parece que debe de hacer mucho calor en escenario porque Corominas aparece en escena con sendos coloretes en la cara. Los focos, tal vez. (actualizado: el escritor nos explica que «los coloretes fueron porque antes de entrar me pilló un leve ataque de alergia que solucioné con una buena dosis de agua»). Esos que no le dejan mirar bien al público cada vez que responde Molina a todas sus preguntas.

flaneur muñoz molina

El autor de «El invierno en Lisboa», «El jinete polaco» o «Plenilunio», entre muchas otras obras más se presenta agradecido, ya no sólo por la acogida que tiene su acto en un día de lluvia, sino por poder presentarlo en una biblioteca pública. Comenta que las últimas veces que había presentado libros en Barcelona habían sido en estos «lugares de bien público y culturales». Está encantado.

Los dos están solos en el escenario. Una pequeña mesa y un libro en lo alto. No hay más, pero es que no se necesita más cuando tienes a un escritor de estas características al que preguntar, preguntar y preguntar. Cualquier frase es digna para hacer otro libro.

La conversación comienza analizando esa observación que deberíamos hacer más en el día a día, en la calle ya que tenemos muchos inputs para fijarnos, pero que el estrés, las prisas, los móviles… nos están privando de esa observación tan necesaria. Molina comenta que para él el hecho de escribir este libro fue un ejercicio de pura observación «convirtiéndose en un vicio por querer abarcarlo todo». Mirando hasta los «bodegones verbales» que son las pizarras que los restaurantes colocan en las calles. Afirma que «el ejercicio de mirar a veces no te lo puedes permitir» por los estímulos tecnológicos y de estrés que llevamos encima, pero que «una vez que lo descubres es gratis». El público ríe.

El ejercicio de mirar a veces no te lo puedes permitir» por los estímulos tecnológicos y de estrés que llevamos encima, pero que «una vez que lo descubres es gratis».

Además, no es sólo mirar, sino también es escuchar. El escritor de «Plenilunio» alude a los sonidos de la calle y explica que llevó una grabadora para poder registrar todo lo que sonaba a su paso. Desde una vendedora de melocotones con «esa improvisación musical» que generan los vendedores ambulantes, o la conversación por teléfono de una señora del barrio de Salamanca en Madrid paseando a su niño en un carro de bebé talla XXXXXL: «Sí, la fiesta estuvo genial y estamos muy contentos con el resultado de las elecciones…». Muñoz Molina quería más y más de esa conversación para saberlo todo pero «la ciudad es fragmentaria, tú oyes un sólo fragmento», pero aún así «cualquier historia puede servir ya que el mundo es extraordinario». Totalmente de acuerdo.

El academicista andaluz no sólo se nutrió de las conversaciones y observaciones para escribir su nueva novela, sino que también leyó los titulares de los periódicos durante el año 2017 para componer un «retrato inesperado del mundo». A cual más tremendista según nos leen un pequeño fragmento del libro.

Así Antonio Muñoz Molina se define hoy como un «caminante atento», un viajero flâneur del siglo XXI. Aunque tal y como nos explica, esto no es nuevo, ya lo hacían escritores de la talla de Charles Baudelaire, Robert Louis StevensonEdgar Allan Poe con sus novelas del siglo XIX, o el mismo Juan Marsé ya en el siglo XX en donde la literatura se convierte en «una literatura de lo inmediato y lo presente» para describir lo que sucede en las ciudades.

muñoz molina

Corominas zanja la conversación con un gracias y los asistentes se levantan veloces para que su ídolo les firme el libro que acaban de adquirir a la entrada. No puedo salir, estoy encallada entre la señora cuyo marido empuja desde hace rato para conseguir más asiento y un señor a mi izquierda que venía solo. Me mira y me sonríe. «¿Ha estado bien verdad?». Sí, sí, le contesto. «Es que es muy crack, ya apuntaba maneras, fui compañero de clase en el colegio, los dos somos de Úbeda», me revela todo orgulloso. ¿Y no va a decírselo? seguro que le hace mucha ilusión, le animo. «Sí, pero a ver si no se acuerda de mí»… Seguro que sí.

La sala se va despejando y Molina toma su boli para empezar a firmar libro tras libro. Le espera un  largo rato ya que la cola es inmensa. A lo lejos, en la esquina al final de la sala veo a mi amiga. ¡Por fin! y con gestos nos decimos que nos ha gustado. Consigo salir del apretado asiento y voy hacia el pasillo. Allí me encuentro a una señora que está esperando que baje todo el mundo. «Sal, hija, sal», me dice, «que yo voy más lenta, tengo las dos patas de mentira». Me quedo perpleja. ¿Ha venido hasta aquí con dos piernas postizas y ha subido todas escaleras? Me siento a su lado esperando a que baje mi amiga. Y me empieza a contar su historia, la historia de la ciudad, de las baldosas hidráulicas, de su barrio… Allí las dos, mano a mano, unidas gracias a la escucha y a la observación. Su historia, nuestra. Eso quedará entre las dos.

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Esta entrada tiene 4 comentarios

  1. Hace muchos años me regalaron una pocket-guia de una de mis ciudades favoritas de siempre. Al ojearla me topé con una frase que decía algo así como “los pies son los mejores guías de una ciudad”. La tomé como una filosofía de vida y, la verdad es que jamás abrí la dichosa guía para inspirarme a la hora de elegir que hacer. Paseé tanto esa ciudad que me la conozco de memoria como se fuera la mía. No sabía yo que esa vez que me encontré a Antonio Muñoz Molina de anónimo, en una pequeña librería con obras en varios idiomas, que a él también le gustaba patear por ahí. Sé que por pudor y timidez jamás le hubiese invitado a un paseo acera arriba, acera abajo, pero ahora que sé que es una de sus debilidades – porque lo dijo ayer en la charla – me permito imaginar esos paseos.

    Lo más curioso es que buscando el autor de la frase con que he iniciado este comentario, me encontré en su lugar una serie de apps de mapas y guías de ciudades, pero sin lograr saber quién la soltó al mundo, Un hecho que viene a comprobar que, Muñoz Molina no podría estar más cierto al elegir este tema para su última novela porque estamos tan conectados a la pantalla, que se nos olvida incluso donde estamos.

    Yo me quedé con muchas ganas de leerla…y también de ir al cruce de Diagonal con Passeig de San Joan a ver que Búho es ese que esta por ahí en las alturas y en él que nadie se fija por ir mirando a su móvil. Te apuntas?

    1. Nosotros nos apuntamos a vagabundear allá dónde sea! El Búho, sí, lo hemos visto, que nosotros somos de los ‘pocos’ que miran hacia arriba también 😉 Amarillo e impone, pero eso sí, no se pierde una.Hay una cafetería un poco más abajo que merece la pena… tiene unas vistas para observar todo lo que pasa en la acera… 🙂 Gracias por comentar!!!

  2. Los coloretes fueron porque antes de entrar me pilló un leve ataque de alergia que solucioné con una buena dosis de agua. Por lo demás mientras hablaba Antonio lo correspondiente era mirarlo, pues al fin y al cabo os hablaba a vosotros pero respondía a mis preguntas. Un abrazo, buena crónica.

    1. Muchísimas gracias por tu comentario. Si te parece lo incluimos en el texto al tener la información. Nos faltó una ronda de preguntas abiertas para el público. Buen coloquio y muy buena presentación. Enhorabuena!

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