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mina venus gava

Hace más de 5.000 años atrás la línea de costa del Mediterráneo estaba más cerca. El delta del río Llobregat todavía no se había formado, así que algunas sociedades neolíticas más sedentarias aprovechaban la desembocadura del torrente para formar sus asentamientos. En ellos se cultivaban el trigo y la cebada y se criaban pequeños rebaños formados por bueyes, ovejas, cabras y cerdos que pastaban en las mismas tierras. La pesca también era una fuente de alimentación importante al estar al lado del mar.

Sin embargo, no todo lo producido en esta comunidad se reducía a la agricultura, a la ganadería y a la elaboración artesanal de utensilios y cerámicas con una simbología de fertilidad como la Venus de Gavà, sino también a la ornamentación corporal. Al pie de la ladera oriental del macizo montañoso de Garraf, se excavó la única mina neolítica en Europa en donde se extraía la variscita para uso ornamental: una piedra semipreciosa que con toda seguridad en el Neolítico debía ser preciosísima.

Dejar claro que «no son cuevas, son minas», nos recalca Josep Bosch, arqueólogo, conservador y director del museo de Gavà nada más llegar al parque arqueológico de la ciudad barcelonina. Hoy, en medio del barrio de can Tintorer y bajo una estructura de planchas de aluminio, la antigua cavidad artificial de 200 hectáreas construida hace miles de años espera la visita de los más curiosos y los amantes de la arqueología.

Un viaje de 6.000 años atrás

En 1975, debido a las obras de urbanización en el centro de Gavà, los trabajos tuvieron que ser parados ya que una de las excavadoras levantó la tapa de tierra que ocultaba una historia neolítica. Unas minas que estuvieron unos «1.000 años en funcionamiento», nos explica su conservador en un encuentro mantenido con BABILONIA’S TRAVEL, y que ahora sirven para explicar a los grandes y a los más pequeños cómo se vivía y trabajaba en esta zona.

Estamos en la entrada del parque, justo al lado de un jardín neolítico que simula los ecosistemas de la época. De repente, una puerta automática se abre y nos lleva al pasado casi de una manera mágica. La museografía cuidada, audiovisual y muy didáctica, nos invita a conocer.

mina gavà
Jardín neolítico

Una gran explanada al aire libre, pero techada con una estructura flexible como si de un gran campo de arqueología, se abre ante nosotros. Vemos como los alumnos de colegios visitantes ya están dentro de su papel de arqueólogo con casco amarillo en sus cabezas, pero su camino no es hacia la mina real, sino a una artificial.

Unas minas que estuvieron unos «1.000 años en funcionamiento», nos explica Josep Bosch, arqueólogo, conservador y director del museo de Gavà, y que ahora sirven para explicar a los grandes y a los más pequeños cómo se vivía y trabajaba en esta zona

«Hemos intentado reproducir una mina ideal con todos los fenómenos geológicos de las estructuras mineras al lado de la mina real por motivos de conservación, y también por seguridad para que cualquier persona pueda desplazarse sin problemas por ella», añade Josep Bosch. Y es que bajar a las minas reales, como tuvimos la oportunidad, es toda una hazaña para más de uno. No sólo por el polvo que se respira y por las escaleras empinadas, sino porque prácticamente uno no puede ni ponerse de pie salvo en la explanada central. Cuesta pensar que aquí nuestros antepasados estaban durante horas y horas agachados a diario picando la piedra para obtener la variscita.

Más adelante los mineros se dieron cuenta de que por debajo de las arcillas y de la costra calcárea cuaternaria también se hallaban las pizarras que contenían la piedra semipreciosa. Así que si seguían el rastro de la fosfosiderita, también darían con la variscita.

Una mina singular, cuya piedra extraída era sólo ornamental

El tipo de mineral es peculiar para su época, ya que la mayoría de las excavaciones realizadas en otros lugares de Europa sólo eran con fines prácticos. «Se obtenían materias primas útiles como el sílex» en el uso de objetos cortantes, comenta Bosch, «en lugares como la parte adriàtica de la Península Itàlica (La Defensola – El Gargano), y en el centro de Europa, a lo largo de una franja que va desde los Países Bajos y Polonia», añade.

Destacar que la localización de esta mina también le da un valor singular ya que estaba próxima a vías de comunicación litorales que conectaban con el río y el mar, y así las comunidades podían hacer intercambios de materiales.

Pero lo que más llama la atención a los arqueólogos es su estructura compleja en comparación con las conocidas de su época. «Si veis había pozos, cámaras y galerías abiertos a diferentes niveles de profundidad y conectados entre ellos formando una red subterránea», nos indica el arqueólogo cuando estamos dentro de una de las galerías reales y nos señala la marca de un pico excavando.

Pico minero de Gavà

Una vez concluida la vida útil de explotación, las cámaras eran utilizadas tanto para el enterramiento de los seres fallecidos, como para vertedero de restos del día a día y de las herramientas empleadas ya rotas. Así se sabe que para cavar esta mina los habitantes de esta zona de Gavà empleaban el pico minero que incluía un bloque de roca corneana en bruto.

Además, dentro de estas cavidades, se han encontrado restos de ornamentos y cuencos con los que se enterraban a los difuntos. 

Gracias a ello sabemos la cadena de manufacturación de las cuentas del collar de variscita prácticamente al detalle:

  1. Selección de mineral para evitar impurezas.
  2. Talla y el pulimentado con una piedra abrasiva de gres hasta darle la forma deseada.
  3. Y la operación más compleja, la perforación mediante taladros con brocas de sílex (en la imagen), unas «brocas exclusivas de Gavà», añade nuestro arqueólogo. Verdaderamente un arte milimétrico.

Una Venus esperando ser encontrada (y visitada)

Y gracias a que nuestros antepasados reutilizaban las minas y enterraban a sus muertos —de manera individual o colectiva— con todo tipo de elementos a modo de ofrendas (cerámica, instrumentos de piedra, etc.), Josep Bosch, junto con la desaparecida arqueóloga Alícia Estrada, tuvieron el privilegio de encontrar la Venus de Gavà.

Se trata de la representación neolítica de una mujer sobre cerámica, un culto a la fertilidad y «quizás formaba parte de un recipiente de cerámica, fijaos en sus líneas incisas», añade emocionado el conservador del museo. ¿Parece que está sonriendo?, preguntamos, «no, en realidad es un collar que está justo encima de sus dos pechos». Es un lujo ver esta pequeña pieza llena de detalles.

Hemos dejado las instalaciones de la mina para venirnos al museo, a unos metros de distancia, para poder apreciar todas las piezas originales que éste alberga. «En la excavación sólo hay reproducciones, los originales está todos aquí», insiste Josep, pero pocos visitantes lo saben, o no quieren desplazarse o se conforman con ver las imitaciones.

Los ojos solares de la Venus no dejan de mirarnos tras la vitrina al final del pequeño museo, como si nos quisiera mandar un mensaje. Evocan luz, vida. Realmente nos damos cuenta de que la mina se dejó de explotar hace miles de años, y que en realidad hoy no está muerta gracias al trabajo de los arqueólogos. Ahora, visitantes, nos toca el turno para seguir manteniendo vivo el lugar.


© Ilustración de cabecera (interpretación de la Venus de Gavà): Carlos García Rubio.


Agradecimientos:

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