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La presencia del Monasterio de Sant Llorenç del Munt sigue latiendo y sus pulsos invictos han abatido al olvido durante más de un milenio. Su estructura diseñada y calculada por divinas directrices se sitúa en el Parque Natural de Sant Llorenç del Munt i l’Obac, en el municipio de Matadepera, dentro de la provincia de Barcelona.

El monasterio se enraíza en La Mola, una de las cumbres más imponentes del macizo del parque natural, oteando desde su atalaya la panorámica orografía cual escrutador alguacil.

Arquitectura de Sant Llorenç

Sant Llorenç es un organismo de austera raza románica lombarda gestada el siglo XI.  El acceso a sus entrañas, sucede por unas galerías adosadas al muro meridional cuyos estadios, emulan los niveles mistéricos proyectados en  diferentes alturas. La planta basilical se oxigena mediante su nave —central y lateral— las cuales bombean el espíritu hasta desembocarlo en el encabezamiento triabsidal.

El ábside central cobija cuatro absidiolos que custodian el altar mayor. Las ventanas abocinadas irradian el mensaje divino filtrado, acariciando serenamente el intradós de los arcos formeros y torales con una gradación de tonos misteriosos. El silencio recorre el espacio sorteando las bancadas que oprimen la arteria central y se eleva hacia el octogonal cimborrio con un latigazo vertical hasta alcanzar el cielo. La cubierta consolida el cosmos pétreo con su bóveda de cañón y tejado a dos aguas señalando el éter.

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Paisaje y sostenibilidad del conjunto patrimonial

El monasterio siempre está acompañado por el guardia forestal y los trabajadores del restaurante, los cuales tienen la suerte de laborar en un espacio tranquilo. Este entorno privilegiado está tapizado de pino blanco en las cotas más bajas seguido de encinares, hasta que las condiciones de altitud impiden el crecimiento de las grandes masas florales que dejan al descubierto una epidermis árida y lítica.

Sobre la cima de La Mola el explorador puede tocar el cielo, los agentes atmosféricos atacan horizontalmente siendo una experiencia muy grata. «En un día claro, se puede avistar el Prepirineo y hasta Mallorca pasando por Montserrat», según explica el guarda forestal.

Para ascender a sus alturas el caminante deberá poseer un óptimo fondo atlético, ya que la subida es tan escarpada como larga. Aunque los lugareños de localidades colindantes suben varias veces al día con niños, abuelos, perros y algunos hasta trepan corriendo como un entrenamiento ideal para participar en competiciones.

En esta subida de fondo a veces se puede encontrar una dulce manada de asnos, los cuales son el único transporte de mercancías y el alma mater de la vida en la cima de La Mola. Las provisiones de víveres del restaurante son cargadas por las siete mulas: Rufa, Tinet, Fátima, Paco, Romera, Rocky y Gordito. Dicha manada sube los suministros de tres a cuatro veces a la semana con una duración de una hora por trayecto. Este medio de transporte que sigue siendo el mismo desde hace siglos, es el que permite un menor impacto negativo ecológico del hombre en la zona.

Con esta estampa anacrónica a la par que serena compuesta de medios de transporte ancestrales, paisajes vírgenes (aparentemente) y arquitecturas medievales, abandonamos esa burbuja temporal con el ocaso vespertino para volver a la urbe y a la velocidad del carril occidental.

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