Marcel Proust, novelista parisino del finales del siglo XIX, decía que “el único verdadero viaje de descubrimiento consiste no en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos”. Y es que muchas veces visitamos las ciudades, en las que hemos estado en otras ocasiones, pensando que ya lo sabemos todo y sólo nos preocupamos en buscar un agradable alojamiento céntrico para que nuestra estancia sea más cómoda como los que se ofrecen en la web de All-Paris-apartments, otras veces optamos por un hostel compartido con más gente, otras por un hotel antiguo de época, y otras en cambio preferimos encontrar un buen restaurante para comer bien e ir a esa tienda que tanto nos gustó para ver si volvemos a comprar algo.
En el caso de París, quién no ha estado en la Torre Eiffel y sabe que la iluminación nocturna va cambiando dependiendo de las fechas –día de la Juventud, día de Nelson Mandela, por ejemplo–, que el Puente Nuevo se llama de esta manera porque fue el primero en construirse en piedra en la ciudad de la Luz –los anteriores eran de madera–, que el kilómetro cero se encuentra en la plaza de la iglesia de Notre Dame, que en la basílica del Sacré Coeur está la campana más grande de Francia –18 toneladas–, o que muy cerca de la periférica –carretera anillo que rodea la ciudad– está Le Moulin de la Galette donde los artistas y pintores del siglo XIX pasaban allí sus horas de ocio y aprovechaban para pintar… ah, qué esto no lo sabías?!… ves?
La cuna de artistas en Montmartre
Le Moulin de la Galette es un antiguo molino de viento –datado del año 1600 aproximadamente– situado en pleno Montmartre, en una de las colinas más altas de la urbe parisina.
La aceña no era exclusiva, Montmartre era un municipio a las afueras de París plagado de viñedos y trigales, y de molinos también. Pero el caso del Moulin de la Galette es que, después de dar un buen uso para los campesinos que trabajaban en la vendimia, se convirtió en sala de baile donde asistían pequeños burgueses, obreros, soldados, chulos, modistillas y chicas acompañadas de sus madres en busca de novio.
También fue un centro de reuniones de numerosos artistas, poetas, músicos y pintores que fueron retratando el ambiente: Renoir, Toulouse-Lautrec (en este local, Lautrec conocerá a la que más tarde será su modelo preferida de toda una época, Louise Weber que después se convertirá el la mayor atracción de un cabaret recién abierto en la Place Blanche, el Moulin Rouge y su famoso Can-Can), Van Gogh –vivió muy cerca del Galette, en el apartamento que tenía su hermano Théo en el 54 de la Rue Lepic–, o los españoles Picasso, Ramón Casas y Santiago Rusiñol, entre otros.
El molino de la galleta
Antes de que llegara a ser un bar con mucho estilo moderno de artistas del siglo XIX, el molino tenía una vista de París que provocaba la llegada de muchos parisinos a su recinto, y servía a sus dueños para elaborar pan y galletas y acompañarlo con un vaso de leche –algo que se ofrecía a los excursionistas visitantes de la colina de Montmartre, de ahí su nombre Moulin de la Galette, molino de la galleta–.
Una leyenda extendida explica que tras la revolución de 1814, uno de los miembros de la familia dueño de Le Moulin de la Galette acabó clavado en un aspa tras intentar defenderse. Después, el hijo de éste lo restauraría y lo convertiría en una sala de baile con jardines y unas hermosas vistas.
Pero el bello lugar que albergó muchas situaciones y formó parte de la historia más bohemia de París, cerró sus puertas en 1915, aunque se mantuvo en pie gracias a la asociación vecinal de Viejo Montmartre.
Ojalá alguien se acuerde de la belle epoque del Galette y vuelva a tener ese renombre que tuvo antaño.
Nota: fotografías de la Universidad de Sevilla.
Preferimos observar el contexto, captar instantáneas con el alma a través de una buena conversación que no con un teleobjetivo, elevamos el arte al nivel cultural que se merece en detrimento de la fotografía, y encontramos historias que suceden rápido pero que hay que entender. De este modo la experiencia se queda más dentro, se añade a tu currículum de vida, y tiene más valor espiritual que contar los países visitados. Si como añadido a esta línea de viaje le sumamos aquello con lo que trabajamos siempre, la infografía y la ilustración, resulta un viaje con un toque interpretativo añadido extra. Diferente a lo convencional.
Muy bonito y curioso el comentario mi pregunta es tiene que ver con el Molino Rojo que esta en el mismo barrio. Gracias
No, son dos cosas absolutamente diferentes, están muy cerca el uno del otro pero sus funciones no eran las mismas. Gracias por comentar! 🙂