Ruta este (oriental)
Ponta Delgada —mercado y casas coloniales—
Merece la pena dar una vuelta por la capital de la isla, al menos para pasear por las rúas adoquinadas con piedra basáltica y estrechas que desembocan en el mar, ver la cantidad de casas antiguas coloniales que hay en el casco antiguo, observar cómo faenan los pescadores en el puerto (el de pesca, no el nuevo deportivo) y visitar el núcleo donde se hierven todos los temas de cualquier urbe: el mercado (viernes y sábados por las mañanas).
Aquí en la lonja gastronómica de gran amplitud se pueden adquirir desde piñas micaelenses, frutas ecológicas sin ceras añadidas de los agricultores, patatas autóctonas —«más dulces y pequeñas que las francesas», según nos comentan los agricultores—, plátanos de la zona, y carnes y quesos (como el de São Jorge) procedentes del animal más abundante en São Miguel, la vaca. Los azorados presumen con razón de poseer una de las mejores vacas criadas al aire libre y en los mejores pastos naturales, damos fe de ello después de recorrer parte de la isla y ver las grandes extensiones de prados.
Como muestra os dejamos un vídeo que nos trae mucha paz cada vez que lo vemos. Es uno de los muchos prados que une las dos costas, la norte con la sur. Basta con perderse por alguna de las carreteras secundarias para encontrarlos. Las vacas pacen a sus anchas y el silencio es indescriptible.
São Roque —la pequeña playa—
Dejando atrás la capital, tomamos la carretera de la costa hacia el este y en menos de unos minutos llegamos a la extensión de Punta Delgada, São Roque. Esta pequeña villa está prácticamente unida a la gran urbe y crece, como otras muchas, a lo largo del litoral. Su iglesia del siglo XVI, revestida de sillares basálticos recuerda al estilo colonial, protagoniza una de las pocas playas de arena negra que podemos encontrar en la isla y un mirador de la pequeña bahía.
Lagoa do Fogo —naturaleza pura—
Unos 10 kilómetros más hacia el interior nos trasladan de nuevo a un clima casi invernal, de mucha niebla y bastante humedad, tanto que apenas podemos vislumbrar otro de los cráteres que hoy está convertido en un gran lago, la Lagoa do Fogo. La carretera se vuelve plena de curvas empinada y llena de miradores. Nosotros de momento sólo vemos un fondo blanco, como si alguien hubiera borrado el fondo con una goma de borrar. Aún así, la espesa niebla nos deja ver poco a poco toda la vegetación que rodea la carretera llena de laureles, cedros, helechos, acacias, musgos y líquenes que brotan por todas partes.
Caldeira Velha —helechos gigantes en medio de termas naturales—
Poco a poco no nos damos cuenta pero estamos entrando casi en una selva donde la vegetación nos invade. Nos topamos con Caldeira Velha, un lugar mágico entre Ribeira Grande y Lagoa do Fogo.
Un recorrido de unos 300 metros sobre arena rojiza nos adentra en un bosque, en una masa boscosa, colmado de helechos gigantes, acacias, pinos, palmeras y cualquier otra especie floral que se nos venga a la cabeza. Las islas Azores cuentan con numerosas especies (más de 300), una autóctonas y otras heredadas. Gracias al clima de inviernos suaves, muchas de las plantas tropicales se han adaptado al clima hasta hoy (acacias, eucaliptos, pinos, araucarias, hortensias, azaleas…)
Un recorrido de unos 300 metros sobre arena rojiza nos adentra en un bosque, en una masa boscosa, colmado de helechos gigantes, acacias, pinos, palmeras y cualquier otra especie floral que se nos venga a la cabeza.
El sendero bien marcado de Caldeira es corto, la entrada son 2€, y al final del recorrido viene la sorpresa. Una fumarola del agua ferruginosa a más de 60º nos sorprende, el líquido que emana en ellas es utilizado para llenar las dos piscinas termales que hacen la delicia de cualquier visitante, en una de ellas hay una cascada en donde la temperatura ronda los 38º. Merece la pena detenerse, quitarse los zapatos para pisar tierra firme y ponerse el bañador. Pocos parajes así de naturales y exuberantes quedan en el planeta.
El Chã (té) de São Miguel —único cultivado en Europa—
Puede llamar la atención que siendo una isla relativamente pequeña tenga casi de todo (carne, fruta, vegetación, agricultura…), tanto que hasta encontramos las plantaciones de té únicas en Europa. Estamos en la zona noreste de la ínsula, cerca del pueblo de São Bras, en la fábrica de té (chã) Gorreana y ahora sabemos por qué llegó este cultivo a la isla. Una plaga afectó a los naranjos durante el siglo XIX.
La planta fue traída por los portugueses de sus colonias para suplantar la plantación de naranjos que estaba llevando a la isla a la crisis. Llegaron maestros chinos para enseñar su cultivo y en 1883 se elaboró aquí el primer té. Hoy producen más de 60 toneladas al año, según datos de la misma compañía, y se siguen empleando las maquinarias originales del siglo XIX, a excepción de la recolectora de hojas. Este es uno de los trabajos que ya no se realiza a mano sino con una máquina, hay otros que se siguen realizando manualmente (Adelaida, trabajadora de la fábrica nos habla de cómo ha cambiado la producción en estos últimos 40 años, en Cómo viven y qué piensan los azorianos en la isla de São Miguel).
Sus más de 45 hectáreas de plantación pueden ser visitadas al igual que la fábrica por dentro y degustar un buen té, según el tipo:
Furnas —localidad balnear y botánico—
Dejando la costa, nos volvemos a introducir en el interior de la isla, alcanzando los casi 600 metros sobre el nivel del mar. Estamos en la localidad de Furnas y en otro de los lagos que da nombre a la población: Lagoa das Furnas. Es uno de los puntos más húmedos y cálidos del islote, de ahí que se produzca un efecto invernadero y unos bancos de niebla muy espesos.
Aquí, aparte del pueblo en sí, podemos y debemos visitar dos rincones únicos. No, no es la casa al revés mítica que aparece en muchas de las webs cuando se habla de este lugar (la compañía eléctrica que opera en la isla llamada EDA y decidió fabricar esta construcción de madera y roca volcánica como centro de operaciones).
Uno de ellos es la Lagoa das Furnas, la tercera gran laguna sobre un cráter, plagada de solfataras e impresionantes vistas, aparte del olor a huevo podrido que emerge del fondo de la tierra. Llama la atención nada más llegar la cantidad de gatos que están hacinados en las tapas de las alcantarillas. Sabemos su secreto, está toda la tierra muy calentita, al igual que las orillas del lago.
Realmente aquí se ve cómo la tierra sigue viva por dentro.
Además, por unos pocos euros se puede cocinar el famoso cocido de la isla preparado con el calor de la propia tierra «en un lento proceso de unas cinco horas», según nos cuentan los vecinos de Furnas.
Otro de los rincones que no hay que olvidar en este recorrido al este, es el parque botánico Terra Nostra provisto de una gran piscina de aguas termales y otras dos más terapéuticas. El parque lleno de cientos de variedades de plantas, es atravesado por un río canalizado, y se enclava al lado de un hotel boutique (Terra Nostra Garden Hotel, desde 1935) como uno de los mejores spas naturales del mundo, según la revista holandesa Wellness Traveling.
El agua, que llena las piscinas que bordean el hotel (una inmensa y dos más pequeñas pero con las mismas propiedades), procede del interior del volcán Furnas y es rica en minerales beneficiosos para el equilibrio de la piel. La acción de estos minerales se suma a la sensación de bienestar tras estar bañados en aguas de más de 38º.
En lo alto de la gran piscina de aguas anaranjadas se alza el palacete decimonónico, la Casa do Parque, que fue edificado por el marqués de Praia y la familia Bensaude sobre la residencia del bostoniano Thomas Hickling. En 1775, el mercader norteamericano, construyó aprovechando los beneficios de la zona su residencia de verano, una pequeña casa de madera y la rodeó de árboles originarios de Norte América, así como otras especies a lo largo de las 12 hectáreas. En 1848 la familia Praia terminó de construir lo que hoy podemos divisar en lo alto de la piscina termal.
Divisamos una suave niebla tras entrar en el jardín, esta es creada por los vahos del agua caliente en contacto con un clima húmedo y más frío. El ambiente nos traslada a finales del siglo XIX, en un contexto romántico, como los balnearios antiguos, y nos paramos a pensar lo bien que vivían en épocas pasadas la burguesía y la población más acaudalada. La piscina es enorme y nos cuesta nadar dada la condensación de sedimentos que hay en ella. Flotamos, pensamos y descansamos. Reflexionamos y reafirmamos, efectivamente llegamos a la conclusión de que la isla de São Miguel es lo más parecido al Edén.
➡️ Puedes descubrir la parte más etnográfica de la isla: Cómo viven y qué piensan los azorianos en la isla de São Miguel
➡️ Y la más de ocio en: La fuente de la eterna juventud está en Sao Miguel
AGRADECIMIENTOS:
· Cómo llegar
Ya puedes viajar desde Barcelona hasta la isla, sin necesidad de hacer escala en Lisboa, gracias a Azores Airlines (vuelo inaugural)
· Dónde dormir
· Cómo moverse
© Ilustraciones y fotografías: Carlos García Rubio. Mapa interactivo: Bárbara M. Díez
Directora y diseñadora de Babilonia’s Travel. Madrileña de nacimiento (1980) y enamorada de Barcelona (2013). En 2004, a su formación y experiencia como periodista, se une la infografía y el diseño ya que es en el periódico El Mundo (2004), en elEconomista (2006) y en el diario Negocio (2007) donde le enseñan a unir las letras al diseño, para después incorporarse a la redacción de revistas como Altaïr (2013), Fleet People (2012)… y cofundar la primera asociación de bloggers de viajes de Barcelona (2013). Después de casi 50 países visitados sabe que lo que importa son las personas y no coleccionar lugares ni fotos en un disco duro. Amante de la palabra «viajar» y vitalista. Curiosea y socializa con todo aquel que se le cruza en el camino para narrar y diseñar una buena historia.
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