Realmente siempre huele a mar. El clima es templado y los inviernos suaves. Las distancias son cortas y casi que puedes desayunar en el norte, comer en el sur y ver la puesta de sol en el oeste todos los días. Visto así, vivir en una isla pequeña es un chollo. Pero, ¿realmente es tan bonito como nos parece cuando vamos de visita?
En muchas ocasiones los isleños de cualquier archipiélago se quejan del síndrome de la isla, el estar encerrado en un trozo de tierra en medio del mar, en ver a los mismos de siempre como si de un único universo familiar se tratase, en tener que pillar un barco o un avión para poder desplazarte… Y es que puede llegar a ser un tanto angustioso y agobiante, más si sabes que no hay tierra firme —continental— a miles de kilómetros como le sucede a las ínsulas de Azores.
Cierto es que el mero hecho de estar aislados hace que el tiempo se detenga, o al menos que se retrase y no siga el mismo ritmo que tiene el continente. Famosos son el ritmo cubano, el canario y también el azoriano. «Despacio senhora», nos apelan cuando les preguntamos. Y por otro lado, raro es encontrar a un isleño que te ponga mala cara o que no te haga sentir bien en su tierra.
¿São Miguel (Azores) es Portugal?
La isla de São Miguel (el istole de mayor superficie de Azores) sigue el mismo patrón que otros archipiélagos. En general, todos los habitantes que nos hemos encontrado por el camino nos han resultado ser muy afables y comunicativos, a pesar de su portugués un tanto diferente al convencional y «hablado con la boca pequeña y así de cerrada», según nos advierte Sonia Garrido, antes de que partamos hacia el archipiélago. Sonia es lisboeta, amante de su país y de las tapas madrileñas, hace un gesto con la boca simulando el habla de las islas, aunque aún no conoce Azores, al igual que otros muchos portugueses «del continente», como los llaman en las islas.
«Mi madre me contesta siempre imitando el acento açoreano que es algo muy típico que hacemos todos, lo que demuestra que los açoreanos son conocidos más que nada por su acento»
Cuando le preguntamos que si acaso ella no, pero su familia conoce Azores, nos vuelve a insistir sobre el acento de la isla. «Mi madre me contesta siempre imitando el acento açoreano que es algo muy típico que hacemos todos, lo que demuestra que los açoreanos son conocidos más que nada por su acento», como sucede en otros países si hay diferentes dialectos. «Por lo general es muy complicado entenderles, de hecho ponen subtítulos en la televisión cuando habla un açoreano, y no lo ponen cuando habla un español», agrega risueña.
Sonia reconoce que en la escuela les enseñaban «cositas», como que «Açores tiene más vacas que personas y que como siempre está cayendo la humedad las vacas son muy blanquitas, como en los anuncios de la menteiga y la leite». A pesar de que sabe muy poquito de ellos, «habré hablado con más de cinco a lo largo de su vida, y es mucho», destaca con orgullo que algunas de las grandes celebridades mundiales son originarias de las islas de Azores: los bisabuelos del actor Tom Hanks, Nelly Furtado (hija de azorianos, de Canadá y de Azores, «se siente portuguesa con un acento gringo muy gracioso», añade) y Nuno Bettencourt, guitarrista del grupo Extreme.
Puede que el hecho de estar a más de dos horas de avión de la península sea un obstáculo para muchos, al menos eso es lo que sienten algunos de los agricultores que nos encontramos en el camino durante nuestro viaje. «Ahora parece que hemos avanzado algo, pero con la dictadura de Salazar no nos llegaban ni las botas nuevas, teníamos que zurcirnos los pantalones», exhala Manuel Domingo señalándonos los pantalones que llevamos puestos. Manuel es un agricultor jubilado que encontramos apoyado en una de las camionetas viejas que reparte el pedido de hortalizas a los vecinos en la villa de Sete Cidades, al oeste de la isla. Todas las mañanas se paran a charlar.
Al volante de la furgoneta semiabierta y llena de patatas y ajos está Paulo Roberto Apelar, más joven que el anterior y con un sonrisa que no se borra. Nos fijamos en lo que lleva y nos hace un gesto para explicarnos que compra en el mercado de Ponta Delgada, viene a los pueblos tocando el claxon para avisar a los vecinos.
— Pí, pí, pí —, exclama.
Todos ríen. Les entendemos pero nos cuesta. Por suerte el lenguaje no verbal juega a nuestro favor.
— ¿Las patatas son de aquí?, hemos visto que es un cultivo típico—, les preguntamos.
Vuelven a reír y se miran entre ellos. «No, son de Francia, más duras, menos dulces y menos mantecosas», sentencia Paulo. Miramos los ajos, y vemos la etiqueta. Son de España. «Aquí se importa mucho», nos explica.
No entendemos. Hemos recorrido ya la mitad de la isla y el campo es muy fértil, no hay necesidad de comprar casi nada fuera. Un tercer hombre entra en la escena. Vive en la casa donde ha parado la furgoneta.
Rápidamente nos callamos. Ríen y nosotros nos quedamos boquiabiertos con los ojos de Manuel Guido. Son azul marino, como si llevara el Océano Atlántico en su mirada. Las manos delatan su trabajo. El campo. Y es él el que nos da la respuesta a nuestras dudas.
— Aquí no llegan las subvenciones para las máquinas, la mayoría de los trabajos de la agricultura se hace a mano —, nos dice.
— Yo creo que si perteneciéramos a España viviríamos mejor —, añade Domingo.
Nos viene a la cabeza la mirada idílica del que anhela algo que no tiene. Puede que lleven razón o no, así que queremos comprobarlo en primera persona.
Paulo Roberto tiene que marcharse ya. Le espera más reparto que hacer en otros pueblos. Le volveremos a ver en el mercado de Ponta Delgada.
Entramos en el terreno del hombre de ojos azules. Un campo mediano con cultivo de maíz, patatas y calabazas parece alimentar a la familia. Gallinas y un poco más adentro aparecen tres perros atados con aspecto de hienas que intenta calmar, y llegamos a la parte posterior de su humilde casa. Un caballo de color marrón ayuda a Guido con el carro y el arado para la tierra, y tres pequeñas terneras empezarán a dar leche cuando crezcan. El agricultor de avanzada edad y ojos azules tiene miedo, puede mantenerse con lo que le da la tierra y sus animales, pero en cuanto saca los productos fuera al mercado se queja de que los clientes le deben dinero y no le pagan.
No le molestamos más. Su mujer le llama, parece que la comida está preparada. Nos agarra un matojo de menta fresca de su huerto, y nos dice que lo plantemos en nuestro país para acordarnos de ellos en el continente. Así lo haremos.
Vivir de la agricultura
Y es que en la mayoría de los países ser pequeño empresario y agricultor es una profesión difícil y aquí en Sao Miguel no iba a ser menos. Siempre dependes del tiempo, de los pagos, de los clientes, de la producción…
La isla bien lo sabe cuando a mediados del siglo XIX una plaga afectó a las plantaciones de naranjos y hubo que buscar una alternativa de cultivos para solventar la crisis económica en la que estaban metidos.
Así, una de las empresas que emergió de esta delicada situación fue la compañía de té Chá Gorreana, una de las dos que cultivan actualmente la planta únicas en Europa. Tanto el té como la piña, el tabaco, la patata… fueron productos traídos para ocupar el vacío que había dejado la naranja.
Tanto el té como la piña, el tabaco, la patata… fueron productos traídos para ocupar el vacío que había dejado la naranja
Cuando visitamos la plantación de té en Chá Gorreana, en el norte de la isla, vemos que sí que parece que se invierte en maquinaria. Observamos a los hombres en los cultivos cómo recogen con una podadora todas las hojas de té que ya están tiernas para su secado y posterior oxidación. Dentro de la fábrica, en el recorrido que se puede realizar para ver cómo las máquinas del siglo XIX siguen trabajando, lavando y secando, encontramos a un grupo de mujeres que realizan la labor manual de quitar los palos entre las hojas que ya están secas.
Sabemos que en otros lugares del mundo, como la India o Sri Lanka, aún las mujeres siguen cortando esas hojas de té directamente de la plantación y a mano. Una a una las van depositando en una cesta de mimbre que llevan en sus espaldas. En eso consiste su jornada laboral, que con suerte suele ser menos de 10 horas.
Adelaida, que lleva la bata clásica de trabajadora de fábrica con su nombre bordado en la solapa y un gorrito blanco que le cubre el pelo, nos explica que «aquí en la isla se hacía lo mismo hace 40 años, ahora contamos con la podadora automática en donde la mano de obra sale más barata».
Las demás empleadas parecen más tímidas, ninguna nos quiere hablar. No levantan la cabeza de la separación de los palos, pero sí que ponen la vista en una caja que indica que se les puede echar una propina. Les preguntamos sobre las sagas familiares dentro de la factoría, bastante habitual en muchas empresas, y nos confiesa que «antes sí que eran los padres e hijos los que estaban, pero que ahora ya no, está todo más modernizado».
Una situación, la familiar, que suele ser más habitual en entornos más pequeños y no en empresas grandes.
Así le sucede a Fernando que su familia lleva con el puesto de bananas toda la vida. «Sólo vendo bananas», nos asegura desde su lugar en el mercado de Ponta Delgada los viernes y sábados.
Oímos de fondo pí, pí, pí… Son Paulo y a Manuel que nos están bromeando. La isla es pequeña así que puedes encontrarte fácilmente. Han dejado su furgoneta fuera del recinto para cargar los pedidos de sus clientes. Van corriendo para poder repartir todo hoy, es viernes. Seguimos con Fernando, nos explica que es toda la familia la que se encarga de la producción de plátanos, y que da para mantenerse. «Estos son mejores que los de Canarias o los de Costa Rica, más dulces y más pequeños», nos matiza.
Vidas del siglo XXI
A pesar de que la isla de São Miguel tiene una economía basada principalmente en la agricultura y poco a poco cada vez más en el turismo, no sería equitativo dejar de lado otras vidas que no están relacionadas con el mundo del campo.
Ana y José, más jóvenes que nuestros protagonistas de Sete Cidades, saben cómo sacar partido a la ínsula. Todas las tardes, «menos dos días», toman los baños termales del cabo Ferraria después del trabajo. «¿No me veis la piel lo bien que está?», nos miran sacando su brazo del agua a más de 38º.
Ana es de aquí, «de aquí de aquí mismo», señala hacia la parte alta de la ladera que tenemos mientras empezamos a sentirnos como una gamba cocida. «No te preocupes por el color verde del agua, tiene algas y es la mejor de la isla», nos explica como una especialista. José es de Lisboa, pero viven aquí, aquí mismo, y amablemente nos cuentan las propiedades del lugar. Impresiona este sitio al lado del mar.
Viendo sus caras da la sensación de que vivir en esta isla es un remanso de paz. «La verdad es que la vida aquí no está nada mal, no hay estrés y se vive mucho mejor que cuando Salazar gobernaba», nos revela José. Aprovechamos el tema para preguntarles por el aislamiento crónico que aseguran algunos de los residentes con los que nos hemos cruzado en nuestro viaje, y ese centralismo lisboeta. «La gente siempre quiere más, pero ahora no nos podemos quejar, tenemos aeropuertos en todas las islas y hay una gran producción de propia», señala el peninsular.
La verdad es que sí, São Miguel no se puede quejar mucho: queso, mantequilla, carne, piña, banana, pescado… lo tiene todo para autoabastecerse y ser independiente.
«La gente siempre quiere más, pero ahora no nos podemos quejar, tenemos aeropuertos en todas las islas y hay una gran producción de propia»
Elisa Cabral de Oliveira describe en su libro Azores la expresión açorianidade. Un término que Vitorino Nemésio, destacado escritor de las Azores en el siglo XX, acuñó para definir el carácter de este pueblo: insularidad, vulcanismo y sismicidad. Quizás sean estos últimos, los pequeños terremotos, los que también unan a los azorianos y sean vistos por los continentales como un pueblo impenetrable que lucha en la misma dirección. Quién sabe.
Son las 19:00 horas. Están a punto de cerrar las termas. Ana, la azoriana, sale del agua y se seca rápido, mira a José, el lisboeta y le exclama, «venga, tenemos que irnos ya, la clase de zumba en el gimnasio me espera».
Te recomendamos las rutas este y oeste de la isla:
⏪ I. El Edén en el corazón del Atlántico: isla de São Miguel (Azores) —ruta oeste—
⏪ II. El Edén en el corazón del Atlántico: isla de São Miguel (Azores) —ruta este—
Puedes seguir todo el #presstrip realizado a través del hashtag generado en nuestras redes sociales #blogonair_azores
Este reportaje no habría sido posible sin la colaboración de:
© Ilustraciones y fotografías: Carlos García Rubio
Directora y diseñadora de Babilonia’s Travel. Madrileña de nacimiento (1980) y enamorada de Barcelona (2013). En 2004, a su formación y experiencia como periodista, se une la infografía y el diseño ya que es en el periódico El Mundo (2004), en elEconomista (2006) y en el diario Negocio (2007) donde le enseñan a unir las letras al diseño, para después incorporarse a la redacción de revistas como Altaïr (2013), Fleet People (2012)… y cofundar la primera asociación de bloggers de viajes de Barcelona (2013). Después de casi 50 países visitados sabe que lo que importa son las personas y no coleccionar lugares ni fotos en un disco duro. Amante de la palabra «viajar» y vitalista. Curiosea y socializa con todo aquel que se le cruza en el camino para narrar y diseñar una buena historia.
[…] José, pareja de portugueses residentes en São Miguel (de los cuales os hablamos en el reportaje Cómo viven y qué piensan los azorianos en la isla de São Miguel) nos desvelaron el misterio. «Aquí a veces no piensan cuando construyen hoteles, el del mirador […]
[…] La planta fue traída por los portugueses de sus colonias para suplantar la plantación de naranjos que estaba llevando a la isla a la crisis. Llegaron maestros chinos para enseñar su cultivo y en 1883 se elaboró aquí el primer té. Hoy producen más de 60 toneladas al año, según datos de la misma compañía, y se siguen empleando las maquinarias originales del siglo XIX, a excepción de la recolectora de hojas. Este es uno de los trabajos que ya no se realiza a mano sino con una máquina, hay otros que se siguen realizando manualmente (Adelaida, trabajadora de la fábrica nos habla de cómo ha cambiado la producción en estos últimos 40 años, en Cómo viven y qué piensan los azorianos en la isla de São Miguel). […]
[…] esta isla nos sorprende constantemente. En un mismo día puedes desayunar en su capital al sur (Punta Delgada), bañarte en el oeste y seguir la ruta hacia el interior para pasar por un lugar mágico entre […]
Hola, buen artículo. Estoy muy de acuerdo con él aunque creo que deberíais modificar algunas cosillas.
– São Miguel es una isla puramente volcánica y todas sus lagunas son cráteres inundados con agua (más o menos) dulce. Por tanto no es un atolón, que es coralino y con una laguna interior de agua salada.
– «Gorriana» está mal escrito Os referís a Chá Gorreana, que es la empresa de té más antigua de la isla. La otra es Porto Formoso, mucho más pequeña y artesanal. En ninguna de las dos vi mucha maquinaria pesada, salvo alguna que hace muchos años que está en servicio o que ya forma parte de sus museos particulares. Dada la economía isleña es complicado que puedan permitirse comprar maquinaria: la maquinaria moderna es carísima (un tractor grande es más caro que muchos cochazos) y el mercado de segunda mano es prácticamente inexistente. La podadora de té me pareció un invento local
– Los terneros, cuando crecen, no dan leche. O al menos no el tipo de leche que vosotros y yo nos beberíamos XD
Hola Antonio
Muchísimas gracias por tu comentario, por dejarnos esta información que rectificamos a la de tres 😉
La del ternero se nos ha colado por la puerta de atrás 😀
Me ha gustado mucho, si tuviera dinero ( que no lo tengo, soy viuda) vivo en España, concretamente en Valencia ( donde todos los años, se plantean las Fallas y de donde es la famosa y culinaria Paella) hay mucha controversia, la paella lleva sus ingredientes, y se puede hacer en cualquier parte de España, pero lo que no se dan cuenta, es que hay dos cosas fundamentales, que es el agua y el arroz, y si se hace con leña del Naranjo, mejor aún. ( Ya me enrrollo como las persianas ) me ha gustado mucho todo el artículo, debe de ser precioso vivir allí, pero también el estar en unas islas toda tu vida, ya es muy monótono, pero por sus habitantes los veo felices, claro no tienen más remedio, yo que soy una persona que salgo poco de casa, por problemas de salud, pienso que allí sería feliz, no tener que vivir en una finca, con vecinos, que se pasan la vida, pendientes de otros, como si no tuvieran otra cosa que hacer, sería bonito vivir en una casita, con tu jardín, tener buenos vecinos, esos señores muy educados, y poder pasear por esos campos y también oler el mar, en el Mediterráneo no huele igual que en el Cantábrico, fui con mi hija y mi yerno a un pueblo de la costa y es verdad que olía diferente.
Gracias por esto que haya escrito, ya tengo 65 años y mal de salud y ahora va a subir más los precios.
Les deseo mucha suerte.
Muchísimas gracias Amparo. De eso se trata, de poder viajar de mil maneras. Ahora por lo que cuentas no puedes moverte mucho, pero seguro que mentalmente puedes seguir aprendiendo y viendo que el mundo es mucho más como lo cuentas. Nos alegramos que te haya gustado tanto el artículo. Siempre los hacemos con mucho cariño. Un fuerte abrazo y ¡salud!