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La Cucanya

Décadas atrás, Ambrosio era el rey en Lloret de Mar. Cuando esta localidad de la provincia de Girona era algo más que playa, fiesta y alcohol, cantidades de turistas adinerados se acercaban a la villa marítima para jugar con el dinero. Ambrosio les recibía en varios de los casinos que llevaba de la mano. Tras más de once años «dejándose la piel en todos ellos, organizar una media de 1.000 cenas al día» y empezar a crear una familia, Ambrosio aterrizó en otra de las ciudades litorales de Catalunya, Vilanova i la Geltrú, la ciudad del caramelo.

Aquí ya, en la comarca del Garraf, al sur, conocería un restaurante regentado por una familia italiana: La Cucanya. Se enamoró de él y lo compró meses más tarde. «Y así fue cómo comenzó todo», nos explica su mujer Pilar con los labios pintados de rojo escarlata, a las puertas del restaurante justo en el aniversario del fallecimiento de Ambrosio.

«Trabajó mucho», comenta su viuda después de que hayamos podido degustar toda la nueva carta que han preparado para la temporada primaveral y estival, bodas, reuniones familiares y demás clientes fieles al comedor.

La Cucanya
Solomillo de ciervo y cilantro a la peruana
La Cucanya
Anguila ahumada y salsa de carabineros
La Cucanya
Almeja con alcachofa del Prat
La Cucanya
Merluza con patatas moradas al pil pil
La Cucanya
Ceviche sin gluten
cucanya
Alcachofa con foi y fondo de verdura

«Cuando mi marido se centró en su propio negocio, aquí llegamos a tener jornadas gastronómicas con la casa Torres, con unas 100 personas por día», nos revela Pilar en un tono de nostalgia, como si el tiempo pasado hubiera sido mejor.

A su lado Carlos, atento a lo que comenta su madre. Él es el único hijo del matrimonio y heredero del restaurante. Él insiste en que la crisis ha hecho muy daño al sector. Hoy regenta todas las operaciones relacionadas con el negocio, desde la carta hasta el márketing, pasando por las diferentes ferias internacionales. Su mano derecha hoy, y director de comunicación, nos hace hincapié en la preparación académica en el extranjero para poder tomar las riendas de la Cucanya y darle un aire más adaptado al siglo XXI.

Y es que hoy no es fácil llevar un negocio de estas características con más de 10.000 m2 acondicionados para celebraciones de todo tipo, a pesar de estar a las afuera de Vilanova i la Geltrú y tener pocas opciones de transporte público. Es un lugar muy privado. Además, la tradición familiar pesa y los años de profesión también. Exactamente, en abril de 2018 La Cucanya hizo 30 años. Muchas han sido las variaciones que se han realizado en este restaurante, como «el formato y la presentación de los platos, o la adaptación de la carta a la cocina tradicional catalana», dejando atrás el origen italiano del comedor, nos argumenta el heredero Carlos. También han tenido que incorporar las intolerancias y alergias alimentarias a todos sus platos, aunque siguen mejorando en este aspecto para ofrecer todas las opciones a los comensales.

Ambrosio hoy estaría orgulloso del legado. Y no es baladí el nombre del restaurante. Los primeros dueños ya eligieron cucanya —en italiano— como sinónimo de suerte y fortuna. En castellano su significado, varía un poco. Se trata de un palo largo por el cual se ha de trepar para llegar al premio atado en su extremo. Una definición que recuerda a la vida de La Cucanya. Larga, dificultosa pero fuerte y que remonta en cualquier situación para llegar a su objetivo.


©ILUSTRACIÓN DE CABECERA, CARLOS GARCÍA RUBIO: técnica acuarela a mano alzada.
A la izquierda Carlos, y a la derecha su madre Pilar.


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