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Reflexionábamos en un contenido anterior, en donde se explicaba el origen de la peregrinación al Vall de Núria para ver a su virgen, que quizás una de las características de dicho desplazamiento litúrgico hubiera sido antaño el silencio, el andar contigo mismo y la soledad del peregrino hasta que alcanzaba la cima. Esta osadía casi de héroes en los tiempos que corren —acto que hace siglos se veía como una proeza para que el santo te concediera todo lo pedido—, actualmente se ve empañada (a no ser que tomes el camino más largo subiendo por la montaña) por el invento que se introdujo en el Vall de Núria en la segunda década del siglo XX: el tren cremallera.

Visto así hoy nos podríamos quedar con que gracias a este transporte cualquiera puede realizar el recorrido de varios kilómetros y de un desnivel bastante alto en menos de 10 minutos. Bienvenido sea. Sí, pero como se traduce eso en la soledad y el silencio del creyente que sube a ver a la virgen de Núria si el tren va siempre lleno de gente y, en consecuencia, sin tener oportunidad de ir rezando el rosario sin que te claven una mochila, un esquí en la cabeza u oír el llanto de un  bebé que sube con sus padres a la montaña.

Nosotros hemos encontrado la clave y se llama Queralbs (en la provincia de Girona). El pueblo que acoge el santuario de Núria se encuentra a unos pocos kilómetros en la ladera de las montañas, antes de subir, y creednos, allí sí que se puede pasear como los monjes en los monasterios más perdidos. Eso sí, evitad los fines de semana.

bar Queralbs

El secreto de Queralbs está en el bar

Para qué enumerar banalmente la etimología del pueblo, la situación, la altitud o el número de habitantes (bueno, esto sí ya que no llegan ni a 100 entre semana, según los lugareños), si se puede encontrar en la página web de la villa. Aquí os queremos contar un secreto que no leeréis en ninguna web sobre este lugar, y no, no es el que seguro que muchos tenéis en mente: fue lugar de residencia vacacional del expresidente de la Generalitat de Catalunya, Jordi Pujol… y también sabemos que vivió (o vive) el Rantoncito Pérez.

rantoncito pérez

El silencio perdido tras la llegada del cremallera se encuentra en el bar, en uno de los dos que tiene el municipio gerundense. Sólo basta con entrar allí, pedir un café y sentarte a observar, pronto te darás cuenta de que sí que se puede estar en silencio con una soledad acompañada.

En los bares de los pueblos siempre es como si el tiempo se detuviera. Tú llegas de una gran ciudad y una bofetada de lentitud te da en toda la cara para que frenes. Allí está uno de los dueños del local, pintando de amarillo con cuidado y mucho esmero la subida de la escalera de madera. Él, aparte de llevar el negocio de restauración y una pequeña tienda de embutidos abierta justo al lado, también realiza esculturas con un compañero. Más tarde nos enteramos de que el pueblo tiene unas cuantas obras de acero que simbolizan al dragón de San Jorge (San Jordi) y han sido realizadas por ellos.

Él, aparte de llevar el negocio de restauración y una pequeña tienda de embutidos abierta justo al lado, también realiza esculturas con un compañero.

Un silencio entre chimenea y cafés

Mientras el dueño del establecimiento decora y acondiciona la escalera para la temporada de primavera, un vecino entra por la puerta y se sienta al lado de la estufa. Afuera es invierno aún y hace mucho frío, así que opta por situarse cerca del fuego que da la leña quemándose. Poco a poco entra en estado de ensoñación por el calor que desprende el artefacto. La camarera, una chica joven probablemente de origen sudamericano, le conoce y prefiere no decirle nada.

La puerta se vuelve a abrir. El hombre, por el aire gélido que entra de la calle, hace amago de despertarse y pone un tronco más en el hornillo. Un señor más joven con un gorro y un abrigo amarillo entra y pide un cortado y un carajillo.

— Qué frío hace, me vendrá bien —, comenta.

La camarera habla un poco con él, pero no quieren romper el silencio que se crea en donde apenas se escucha el crepitar de la madera quemada.

Son las cinco. El reloj de pie que hay cerca de la estufa suena y como si más de uno terminara su jornada laboral varios obreros llegan con el mono de faena. Están reformando una de las casas del pueblo.

— Ponme un quinto (cerveza) —, reclama uno de ellos mientras los tres más asienten.

Los cuatro se apoyan en la barra de madera mientras observan al dueño que sigue pintando con esmero el muro de la escalinata.

Silencio.

El hombre al lado de la estufa parece que revive y se pide un café, se mueve un poco, agarra otro tronco, lo mete en el hornillo y vuelve a su estado de hibernación.

Los obreros preparan su cigarro ya que fumarán con el propietario que acaba de terminar de pintar la escalera.

Salen todos fuera y de nuevo sólo el ruido del fuego al quemar la madera.

Son las 17:30 horas. Por fin una mujer, aparte de la camarera, entra en el bar. Es una chica de mediana edad, rubia y con el pelo muy rizado. Parece que lleva un uniforme. Se acerca a la barra. La otra mujer le saca un envoltorio de tabaco.

— Toma, y esto también lo han dejado para ti esta mañana —, le comenta.

— ¿Esto qué es? —, pregunta.

— Pues creo que es un paquete de fuera de España, ¿no?

— ¡Ah, sí! parece de Amazon. Hija, desde que mi marido ha descubierto que se puede comprar por internet…

Las dos comienzan a dialogar sobre los beneficios de adquirir objetos o no por la web, si es mejor o peor… cuando entran tres de los obreros y el dueño. Ya se han fumado su cigarrito. El cuarto de ellos intenta acceder más tarde pero el pomo de la puerta se acaba de romper, así que todos se ponen manos a la obra para poder solucionar el percance que les está dando el día.

El señor al lado de la estufa parece volver a la vida tras el problema. Abre los ojos, mira y absorbe lentamente su café. Mira la estufa y decide poner otro tronco más. La mujer rubia de pelo rizado le mira, nos mira, y nos suena mucho; nos damos cuenta de que es la encargada de la cafetería de Vall de Núria que hemos visto esta mañana, acaba de terminar su jornada laboral.

El silencio y la observación se rompen. Es hora de pedir la cuenta. La puerta es la causante del ruido y de nuestra vuelta a la realidad. El dueño acaba de arreglarla pero todos los trabajadores y visitantes que vienen de Núria en el cremallera se reúnen en el pueblo, como si fuera el epicentro. Una mujer entra. Es la esposa del señor al lado de la estufa. Ella pide otra café y después marchan juntos. Nosotros también.

Nos vamos, pasearemos un rato más por las calles de Queralbs, queremos llevarnos ese silencio y esa tranquilidad a nuestra gran ciudad.


©Ilustraciones: Carlos García Rubio

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