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gata

Es lo que tiene estar en una ciudad no muy extensa, que en pocos metros y vivas donde vivas puedes acceder al centro en menos de media hora y caminando.

Así es como conocimos a Rita una tarde cualquiera. Salimos a dar una vuelta, para despejarnos, para tomar un poco el sol (en una tarde de verano), para estirar las piernas como hacen los runners y, a veces, para tomar un helado o un chai según la época del año. No vamos a negar que hay que darse esos pequeños placeres diarios, ¿no creen?

Unas veces vamos con un rumbo fijo, otras vamos simplemente deambulando que suele ser lo que más nos gusta para encontrarnos con lo que no buscamos. Suena un poco contradictorio pero tiene su sentido. Cuando buscas normalmente no encuentras.

Y en medio del barrio gótico de Barcelona nos topamos con esto:

libreria rodes

La Librería Rodés, un lugar muy antiguo situado en la calle Banys Nous en donde su dueño (que tiene por costumbre tomar el café e ir dejando el vaso en la puerta de la calle mientras lo sorbe, suponemos que para que se enfríe el líquido) consigue siempre el libro que estás buscando. Es un espacio lleno de ejemplares antiguos, científicos, postales y grabados, en el que normalmente hay un pequeño carrito en la puerta con algunos libros en liquidación —también de ediciones pasadas— y en el que también te compran publicaciones.

Hasta aquí podría pasar por cualquier otra librería antigua. Nuestro ilustrador entró para preguntar un clásico, la obra de Santiago Rusiñol, uno de los artistas más representativos del modernismo catalán de principios del siglo XX. Yo me quedé fuera para ver un poco los libros con descuento, pero a los dos algo nos llamó la atención.

El dueño de la Librería Rodes no estaba sólo, le acompañaba Rita, una gata conocida en el barrio que hace las veces de librera y vigilante. En medio del local y con una mirada atenta.

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Durante la media hora que estuvimos dentro, una niña que acababa de salir del colegio llevando su mochila a la espada, entró de manera exclusiva a saludar a Rita.

— ¡Hola Rita!—, expresaba. —Mira que panza tiene—, me decía.

—¡Venga, que hay que ir a casa!, mañana la vuelves a ver—, exclamaba su madre desde la calle.

Y como el dueño había dejado el vaso de café medio lleno en la puerta de la entrada, la niña al salir corriendo tiró el vaso y el café.

—No se preocupe—, afirmaba el dueño de Rita, —mañana me tomo otro—

Rita, ni se inmutaba, ella sólo quería que le tocaran la tripa. Como mucho, de vez en cuando, hacía el amago de levantarse de su sitio como para echar a andar, pero lo máximo que su cuerpo le permitía era estirarse y volverse a echar. A fin de cuentas tenía la excusa perfecta para no moverse mucho, era la gata librera de la calle Banys Nous.

©Ilustración de cabecera, Carlos García Rubio.

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