Cuando pensamos en crear nuestro primer #blogonair no nos pudimos imaginar que en una misma jornada, en la provincia de Tarragona, fuéramos a vivir como vivían los neandertales (cueva del Francolí) y los habitantes de un monasterio (el de Poblet).
Todo arranca en la localidad de L’Espluga del Francolí (cueva del Francolí) donde existe un centro de gravedad que atrae, como en todas las épocas, a miles de visitantes al año, con aroma de prehistoria y viejas culturas que en diferentes periodos anduvieron por esos lares. La Cova de Font Major es una cavidad que ha albergado a seres tan dispares como la separación cronológica en las que estuvo habitada.
Formación de las cuevas
Si nos remontamos hacia unos 40 millones de años atrás, este paisaje era un gran fondo marino sobre un lecho de guijarros proveniente de los ríos. Hace 25 millones de años ese mar se desplazó dejando en ese lugar una gran zona pantanosa, que se secó. Los cantos rodados y sedimentos se compactaron convirtiéndose en una roca sólida y dura llamada conglomerado.
Debido a las características del terreno se originó una retención hídrica, por la naturaleza permeable de éste, creando pozas y ríos subterráneos. La vida dinámica de los cursos fluviales cambiaba cuando se veía entorpecida, generando así nuevas ramificaciones.
Este hábitat fue utilizado como refugio por animales, neandertales y homo sapiens, pasando por las culturas históricas ibéricas, romanas y medievales hasta el siglo XX, siendo cobijo y polvorín de los diferentes grupos armados en la Guerra Civil Española.
Hoy, alberga uno de los espectáculos más reales que el turista puede vivir dentro de una cueva. La reproducción de las escenas principales de la época neandertal, junto a la nueva era de la tecnología, dotan a la cueva de un gran realismo.
Usos del Venero, nacimiento del río Francolí
Siguiendo el camino, existe un hontanar que brota de las entrañas de la madre naturaleza en las inmediaciones de la Cova de Font Major, la cual fue utilizada como fuente inicialmente y como lavadero hasta el siglo pasado. Este manantial es el que alimenta al río Francolí y se encuentra enclavado en un curioso entorno al estilo rococó, que «un vecino filántropo diseñó y ejecutó», según nos comentan los lugareños. Aparte del antiguo lavadero, el lugar posee una fuente del siglo XIX con tres caños que expelen el líquido elemental.
Otro centro de interés del pueblo de L’Espluga es la bodega modernista llamada “la catedral del vino» por Àngel Guimerà, que proyectó el arquitecto Lluís Domènech i Montaner, de cuyas obras se encargó su hijo Pere Domènech i Roure en 1913. Actualmente sigue siendo una cooperativa vinícola de las más importantes de Catalunya, como nos comentan los aldeanos.
Entrando en la vida monacal
Dejamos L’Espluga del Francolí y a escasos cuatro kilómetros se sitúa uno de los monasterios cistercienses mejor conservados de Catalunya. El trayecto hacia el Monasterio de Poblet transcurre entre viñedos que dan fe de hallarnos en el Camp de Tarragona. Los campos se extienden con tonos crudos y secos en contraposición con las estructuras vegetales las cuales se yerguen vigorosamente verdes.
El monasterio fue fundado en 1150 por el conde Ramón Berenguer IV cuya comunidad de monjes cistercienses provenía del monasterio de Fontfreda (Francia). Como abadía ha seguido siendo un lugar de culto y conocimiento guardado celosamente a lo largo de la Edad Media hasta nuestros días. Poblet quedó abandonado a raíz de numerosas vicisitudes y de la desamortización de Mendizábal en 1835, siendo expoliado. En el año 1940 los monjes cistercienses italianos cogieron el relevo para restaurar su antiguo esplendor y funcionamiento.
Elementos de la abadía
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Puerta Real y muralla principal con iglesia
La puerta está flanqueada por dos torres octogonales cuyo origen se remonta al 1368, obra del arquitecto Guillem de Guimerà por orden del rey Pere III. Esta entrada está integrada en la imponente muralla de 11 metros, cuya estructura ha sido objeto de numerosas modificaciones a partir del siglo XIX como consecuencia del estado de abandono que sufría. La portada de la iglesia que emerge de la muralla es de estilo barroco finalizada entre el siglo XVII-XVIII. La fortificación y sus torres no fueron acabadas hasta el siglo XV. La plaza que nos da la bienvenida está pavimentada con una retícula de guijarros y piedras talladas.
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Claustro
El claustro de planta cuadrada está construido con arcos de crucería ojivales soportados por ménsulas adosadas al interior de las galerías y también descansan sobre columnas fasciculadas orientadas a la luz del patio exterior. Predomina el arco apuntado con tracería cuadrifolia en sus vanos de líneas geométricas y austeras como bien marcan las directrices del Císter. El patio es amplio con parterres irregulares llenos de plantas. Una de las joyas es el templete con la fuente (siglo XII), un gramófono secular y relajante que mantiene su mantra continuo con ecos del pasado. Alrededor del claustro se articulan una serie de estancias como la sala capitular, el locutorio, sala de monjes, calefactor y cocina entre otras.
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Iglesia románica
Edificio con planta basilical del siglo XII de tres naves, crucero y deambulatorio con capillas absidiales. Destaca la bóveda de cañón reforzada con arcos fajones coronando la estilizada nave central majestuosa aunque sobriamente ornamentada. Las naves laterales a un nivel más bajo, están separadas mediante un grueso muro horadado por arcos de medio punto, que descargan sobre unas columnas adosadas a unos pilares sólidos. El altar es sencillo y austero en comparación con el retablo de alabastro que le sucede, obra de Damià Forment (s.XVI). En el interior se saborea el eterno mensaje místico petrificado en sus estructuras. La luz planea cálidamente derramándose entre los elementos constructivos, creando un lenguaje lumínico estudiado que ambienta el corazón monumental. Dicho conjunto arquitectónico simboliza el centro de la cueva, recipiente metafísico y símbolo del cosmos donde cada elemento tiene su función estructural, y litúrgica.
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Sobreclaustro
Unas escaleras dan acceso al sobreclaustro que muestra una perspectiva más alta del recinto, pudiendo observar los vestigios de otrora. Desde allí se puede divisar el cimborrio inacabado del siglo XIV y el campanario románico del siglo XII. A la misma altura en el interior de la planta encontramos el antiguo dormitorio de los monjes, espacio alto como diáfano rematado por una cubierta de arcos diafragmáticos, apoyados sobre ménsulas adosadas al muro, una solución barata y fácil de construir. Bajando de nuevo hacia el piso inferior pasamos por la Sala del Abad Copons, que nos dirige a una escalera de piedra cuya barandilla de acero forjado, imita el cuerpo de un dragón del cual emerge el mismísimo diablo en el extremo de su cola.
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Refectorio
Finalizando el recorrido transitamos por el refectorio antiguo, cubierto por un bosque de arcos ojivales sostenidos por gruesos pilares. En la citada dependencia podemos encontrar un silo de piedra y un canal pétreo por donde circulaba el mosto que se exprimía en la bodega y almacenaba allí.
Sin embargo, nuestro primer #blogonair no termina aquí. Al despedirnos de la abadía, con una tierna y áurea luz vespertina, extrañas energías nos dejan encerrados dentro de las paredes del priorato sin poder salir. Gracias a este cerramiento podemos conocer al monje Joan María que nos cuenta que llevaba «50 años dentro de las dependencias del monasterio», y que, en la actualidad, son «una treintena de monjes los que vivimos aquí», añade.
Una escena que nos hace introducirnos más en el hogar del abad y que nos hace vivir más de dentro todo lo aprendido. De esta manera, y casi sin preguntarlo, encontramos aquello que veníamos buscando desde que arrancó la jornada: la sensación.
Preferimos observar el contexto, captar instantáneas con el alma a través de una buena conversación que no con un teleobjetivo, elevamos el arte al nivel cultural que se merece en detrimento de la fotografía, y encontramos historias que suceden rápido pero que hay que entender. De este modo la experiencia se queda más dentro, se añade a tu currículum de vida, y tiene más valor espiritual que contar los países visitados. Si como añadido a esta línea de viaje le sumamos aquello con lo que trabajamos siempre, la infografía y la ilustración, resulta un viaje con un toque interpretativo añadido extra. Diferente a lo convencional.
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