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vall de boí

Cuesta creer que todo lo que vayamos a contar a partir de ahora sea verdad. Pero lo es. Cuesta creer que compremos un libro y meses después nos encontremos a su autor por casualidad en su pueblo natal de veraneo. Pero lo es. Cuesta creer que los sacerdotes se vuelvan agnósticos. Pero lo es. Cuesta creer que podamos conocer de primera mano cómo era la vida en la Vall de Boí en los años 40 y en adelante de la mano de uno de sus vecinos natales. Pero lo es. Cuesta creer que todavía exista gente que se cuestione cosas de todo tipo y las coloque como prioridad. Pero lo es. Y cuesta creer que la vida haya puesto a personas de diferentes épocas en el mismo camino para conocernos. Pero así es.

El azar, el destino… ¿quién sabe?

Paseamos por el pequeño pueblo de Taüll cuando nos detenemos leyendo un cartel: se venden helado naturales. Dudamos en si comprar uno o no. Sus dueñas salen audaces de detrás del pequeño puesto apostado en una casa de madera que no se diferencia del resto de las de la villa. Preguntamos por las vacas, la leche… y entre pregunta y respuesta, una pareja ajena se aproxima al debate. Saludan a sus vecinos y las vendedoras nos confirman, «sí, él os puede contar muchas cosas del valle, fue sacerdote y ha escrito un libro».

Francesc Ribes, o más conocido en el lugar por El Sisquet de Múria —«aquí nadie me conoce por Francesc», nos confirmará más tarde—, hace años que escribe libros sobre antropología. Dos de los últimos La Vall de la fi del món (El valle del fin del mundo) y Confessions d’un excapellà de Taüll (Confesiones de un excapellán de Taüll). Decididos, nos acercamos a la puerta de su casa que las amables vecinas nos han indicado. Un hogar de piedra y madera, acogedor, de varias plantas y justo al lado de la iglesia de Santa María de Taüll. La puerta está abierta, llamamos a Francesc por su nombre: «Sisquet, ¿está aquí Sisquet?». Y El Sisquet acude a nuestra llamada. No nos conocemos, pero hay algo en nuestras miradas que hace entendernos en menos de un instante. Pasamos a su casa, hogareña e irradia vida, mucha vida. Hablamos de las casualidades de encontrarnos, de la filosofía, del misterio de la vida y del azar… o no… Salimos con él y en un recorrido de menos de 100 metros nos damos cuenta de que El Sisquet es un personaje muy popular, al menos en Taüll. Todos le saludan. Días más tarde averiguamos que realmente lo es —para lo bueno y para lo malo—, y en todo el valle.

Nos despedimos tras este breve encuentro. «Mañana os espero, a las nueve ya estaré en pie», nos manifiesta. Y así hacemos.

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Vista de Taüll desde una de las casas. En segundo plano el campanario de Santa María de Taüll

La privacidad como concepto moderno

Amanece en el valle. Son las nueve de la mañana y ya hace calor. El cielo desprende una luz muy intensa que se refleja en todas las casas de Taüll. En la de Sisquet el sol entra hasta el comedor y la cocina. Todas las piedras y maderas que conforman la estructura de los hogares parecen contrastar más que nunca. Geranios rosas y rojos en los balcones. Subimos la escalera que accede desde la calle. La puerta está abierta. «Bon dia, buenos días, ya estamos aquí».

Dentro Sisquet nos recibe tomando un café. Se oyen los pájaros canturrear como si estuvieran en un celo de primavera. «Os cuento un poco la construcción de las casas».

El escritor nacido en Taüll hace más de setenta años, se enfunda el traje de guía turístico por su propia vivienda. «Siempre hemos nacido aquí, esto es casa Muria, en la planta de abajo estaba la cuadra que daba calor a los pisos de arriba, en la principal había un fuego donde nos sentábamos todos y arriba una buhardilla», explica. Aquí sesenta años atrás no existía el agua corriente, por lo que «había que ir a la cuadra o al campo, la privacidad es un concepto muy moderno», aunque sí que había luz,  «teníamos una bombilla con la que te ibas moviendo por las habitaciones y pagabas por ella». Así hasta que la empresa Enher (Empresa Nacional Hidroeléctrica del Ribagorzana) llegó a la Vall de Boí en los años cuarenta.

A pesar de los inconvenientes pasados del día a día, Sisquet cree aún que la vida de antes era mejor. «No se tenía nada, había que trabajar de sol a sol (en la agricultura y la ganadería), pero eran felices, tenían tiempo para jugar a la butifarra (juego de mesa), al frontón… y no había esta envidia de tengo tres pisos, tengo no sé qué… ahora vas a África y no tienen nada, y sonríen, tienen el tiempo y nosotros tenemos los relojes», nos recita sentados ya en la larga mesa de madera que preside el salón. «La gente te ayudaba, había mucha convivencia, se iba de una casa a otra, había mucha vida social, ahora todo eso se ha cortado», amplía.

Cuando el edificio que construyes se cae

Suenan las campanas de Santa María de Taüll. Son las diez de la mañana. La casa está realmente pegada a la iglesia. «No sabíamos que había sido sacerdote, nos comentaron ayer. ¿ahora es ateo?», preguntamos. «No soy ateo, soy agnóstico. No puedo afirmar que dios no existe, no tengo argumentos, pero tampoco puedo probar que no existe. Me interesa la razón, es una cosa metafísica, es una cuestión de creencia», nos revela mientras sus dedos golpean suavemente la mesa.

Pero qué es lo que hace cambiar unas creencias a alguien que ha estudiado la religión, se ha formado, es licenciado en historia y antropología, y le hace dudar. El exseminarista, que confiesa haberse criado en un ambiente familiar «nada favorable» a la religión, pese a que su padre insistió en que la única posibilidad para «estudiar medicina era hacerlo en un seminario, hacían una labor cultural», es claro. Todo comenzó cuando veía «que esta gente (los religiosos) tenía una fachada porque después no se creían nada. Estuve en contacto con gente de mi edad, con un carácter abierto, y charlábamos, algunos era comunistas, y empecé a tener una inquietud y a cuestionar cosas», declara, después de ejercer como sacerdote durante años. Amistades con periodistas de la época, médicos comunistas… todos influyeron en los pensamientos del cura que nació en casa Muria para decidir salirse de la Iglesia que no de la religión. Ésta «forma parte de la cultura», comenta.

Sisquet, como profesor de historia y dando clases en un instituto, nos cuenta la anécdota que tuvo sobre el desconocimiento de las religiones actual. Explicando la escultura de la Pietá de Miguel Ángel instalada en el Vaticano, uno de sus pupilos le comenta que es «una señora que tiene un niño muerto en la falda, es como el que dice de la Sagrada Familia, que debe de ser muy potente esa familia… no tienen cultura que antes teníamos. Es un grave problema si quieres entender el mundo actual». Para ello, cree que «hay unos cuantos libros que hay que leer, por ejemplo la Biblia, el Marxismo, a Freud, y la historia sagrada hay que saberla». E insiste en la crisis de la religión en la sociedad actual, ya que «la mayoría son agnósticos o ateos», pero la persona «necesita de espiritualidad, no de religión, que es diferente». Y, entonces, ¿qué son las bodas y los bautizos que se siguen celebrando?, esos «son ritos sociales», pronuncia.

Nuestro exseminarista revela que, en la actualidad, no va a misa, «pero soy muy respetuoso con los que creen, son muy valientes (…), el otro día pasé y había cuatro personas en la iglesia, yo no tendría moral, hay que ser valiente para dar misa hoy».

Entre Taüll y Barcelona

Después de estar hablando con él más de hora y media, entendemos que sea la inquietud lo que ha movido al que fue monseñor. La curiosidad, el investigar, el seguir aprendiendo puede que sea lo que le ha llevado a ser lo que es hoy. Varios meses viviendo en Barcelona, y «desde San Juan hasta el 11 de septiembre» en Taüll. Ni en un lugar como es la Vall de Boí, un sitio más limitado que una gran ciudad, frena las inquietudes de Sisquet, «aquí escribo, leo, me voy a caminar dos horas cada día, porque sino luego no tengo tiempo, a veces hago la butifarra, otras me bajo a Pont de Suert, presento el libro…».

Sin embargo tampoco en Barcelona pierde el tiempo ni un minuto, siendo esta ciudad más del agrado del —con cariño— cura rebelde. «Me agrada el follón y la gente en Barcelona. Aquí salgo a por el diario y me encuentro a todo el mundo. Allí veo a la gente que quiero. Vivo en un ático y tengo mucho sol. Puedo ir al cine caminando, a todos lados, a las cosas que me interesan… Voy a la universidad, al CCCB (Centre de Cultura Contemporània de Barcelona) hago un curso de novela, luego voy a cenar con mis amigos, hablamos, intercambiamos ideas…», sin parar.

Todo comenzó cuando veía «que esta gente (los religiosos) tenía una fachada porque después no se creían nada. Estuve en contacto con gente de mi edad, con un carácter abierto, y charlábamos, algunos era comunistas, y empecé a tener una inquietud y a cuestionar cosas», declara

Confiesa con una sonrisa que en Taüll está «bien una temporada porque escribo y me agrada la montaña», pero que mientras «estoy aquí, estoy en el cielo, y en Barcelona estoy en el cielo y medio», ríe. A fin de cuentas en la Vall de Boí sigue siendo «el capellán de Muria».

El futuro de la Vall de Boí

Volviendo al inicio de nuestra conversación sobre cómo era esta región prácticamente hace un siglo, Sisquet es muy transparente. Comparando lo que había con el futuro que vendrá, «me va costar admitir algunas cosas (…), pienso que la gente (hoy) materialmente vive mejor (que antes), tienen internet, calefacción, hay más calidad de vida, pero se ha perdido una serie de cosas». Se refiere a las costumbres, pero cree que con lo que aporta el progreso, «esto es inevitable».

Con los ojos tristes nos mira y nos dice que lo que le gustaría «es que no se despueble». Hoy en Durro y Cardet en invierno quedan muy pocas personas, pero este fenómeno existe en todo el mundo rural, cantidad de pueblos abandonados. Apela a internet como la salvación para estos lugares, «es una gran ventaja, mira estoy aquí y estoy enterado de todo y conectado como si estuviera en la ciudad», pero nos admite que parte de la culpa de esta despoblación sea porque «en el mundo está a punto de haber cambios muy serios, y la tendencia es ir hacia la ciudad». Interpela a la juventud como factor de la transformación que ve que «es muy amorfa, yo siempre iba a las manifestaciones el día 1 de mayo del trabajador, te jugabas el tipo siendo capellán (…) hay de todo, pero son muy conformistas».

Y nos quedamos boquiabiertos. El Sisquet de Muria ha sido el rebelde del seminario, el comunista, el revolucionario, el escritor, el inquieto… y todo en un lugar en el que algunos dicen que es un espacio aislado. Quizás haya sido todo un azar (o destino) conocernos para entender qué esconde la Vall de Boí.

Esta entrevista forma parte de los reportajes y entrevistas incluídos en el libro «La Vall de Boí, el refugio de la rebeldía».

© Ilustraciones: Carlos García Rubio

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