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Viajar es descubrir que todo el mundo está equivocado acerca de otros países

Con esta sentencia el escritor inglés Aldoux Huxley mostraba su interés por el conocimiento de otras culturas y la idea de que no todas las sociedades tienen que ser iguales.

Un mundo feliz

El mismo literato británico escribió, entre otras obras, el famoso libro ‘Un mundo feliz‘, con el cual intentó revolucionar las ideas de los años treinta creando una vanguardista y futurista sociedad basada en la perfección. Sociedad dispuesta sobre un gran avance tecnológico –como la selección de los humanos antes de nacer–, sin pobreza ni guerra y llena de felicidad, salvo por un detalle: el mundo sería artificial y la gente pasearía sin alma.

Ahora ya sabemos que esa sociedad perfecta no existe y, es más, que el mundo se mueve bajo una diversidad cultural y de comportamientos que permite tener diferentes etnias y comunidades dispares. Gracias a dicha ‘imperfección’ las personas pueden llegar a gozar de una gran riqueza interior en el momento que salen de su círculo más cercano.

Del etnocentrismo al relativismo cultural: empatizar

«Eso antes no era así», manifestaba Nadja Monnet, antropóloga de origen suizo, en la clase de «Viajes y antropología» que impartió en el Máster de Periodismo de Viajes de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). A principios del siglo XX, el sociólogo William Graham Sumner explicó en su obra ‘Folkways’ el concepto de etnocentrismo por el que «se creía que la propia cultura era superior a las otras», explicaba Monnet, o que «lo que no pertenece a nuestra sociedad lo consideraríamos raro y salvaje», añadía.

Nadja Monnet, antropóloga
Nadja Monnet en clase del máster de periodismo de viajes de la UAB

Pero gracias a la empatía, el ponerse en lugar del otro, nació el relativismo cultural que era todo lo contrario a las ideas etnocentristas y analizaba el mundo en función de los parámetros propios de cada cultura. «Solo una cultura se puede entender desde dentro de una cultura propia», aseguraba la antropóloga.

De esta manera las sociedades se enriquecen ya que surgen pasarelas de conocimiento entre ellas mismas, siendo ésta una forma de aprender las unas de las otras cuando se quiera. Aunque, lamentablemente, todavía existen muchos prejuicios infundados por lo que se oye, se lee y se comenta en las reuniones de familiares, de amigos y en los mismos medios de comunicación.

¿Y cómo se soluciona esto? Viajando, ya lo decía Aldoux Huxley, escuchando si no hay posibilidad de desplazamiento, mirando cómo se relacionan las demás culturas, integrándote en ellas cuando estés allí y, sobre todo, aprendiendo y no juzgando bajo tu prisma social (el que antes era el considerado como mejor y único, cayendo en el chovinismo).

Mundo desarrollado-tecnológico versus ‘subdesarrollado’

A pesar de hacer intentos de aprendizaje con el otro, sabemos que el mundo perfecto tal y como lo escribió Huxley, repetimos, no existe. Por ello, viajar es una manera de darnos cuenta de que el planeta no está dividido en dos (desarrollado y subdesarrollado) y que «el mundo desarrollado es hoy lo que es gracias a la otra parte, al subdesarrollado», sentenciaba la profesora Monnet.

Pero no todo termina en esta apreciación que una aerolínea de Oriente Medio ya llevó a eslogan publicitario hace unos años –»cuanto más viajas, más enriqueces tu mundo»–, sino que también podemos pensar cuán felices podemos llegar a ser en este mundo desarrollado, algo que Huxley llamaría ‘un mundo feliz’…

Si basamos nuestra felicidad en los avances tecnológicos podríamos decir que sí, es evidente. La ciencia nos ha ayudado mucho en el tema sanitario reduciendo la tasa de mortalidad, en el transporte permitiéndonos desplazarnos de manera más rápida y barata, en la comunicación, etc.Tecnología

«Siempre hay un proceso evolutivo en la sociedad, primero está la fase de lobo, luego la de rata, después la de cucaracha y por último el virus«. Con este enunciado lleno de metáforas arrancaba una de las clases de semiótica en la UAB el sociólogo italiano Fabio Tropea para explicar cómo las comunidades van adoptando los diferentes avances a su entorno social, hasta la personalización máxima del aparato, «llegando a la individualización«, matizaba Tropea.

«Un claro ejemplo es la televisión«, añadía. Nació como lobo ya que al principio era muy grande y vigilaba la ‘manada’, después pasó a ser rata porque estaba en todos lados, más tarde se hizo cucaracha cuando empezó a entrar en todos los hogares y finalmente se transformó en virus con la llegada de la tv a la carta para el individuo (bien en un teléfono inteligente –smartphone–, en una tablet o en un ordenador). Con esto «ya ni se conoce al vecino», revelaba el sociólogo de origen italiano.

Fabio Tropea, sociólogo
Fabio Tropea, sociólogo

Y he aquí cuando surge la duda si viajas y empiezas a ver una escala de valores sociales, de comunidad, de preocupación por el otro y de felicidad por la vida en ese mundo ‘subdesarrollado’ –sin tantos avances tecnológicos–, que en el mundo desarrollado estamos perdiendo porque los ‘virus’ –como los denomina Fabio Tropea– los están matando.

Si es así en realidad, ¿estamos ante una sociedad desarrollada?, ¿en una cultura avanzada?. ¿Tenemos que pagar esa pérdida de valores para tener ciertos privilegios?. Y ante todo, ¿estamos verdaderamente seguros de estar en el camino para llegar a ser un mundo feliz?…

Nota: texto compartido con El Séptimo Viajero

En la imagen de cabecera, reflejo de la catedral de Toledo (España).

Esta entrada tiene 6 comentarios

  1. plas plas plas, enhorabuena por este pedazo de artículo. 🙂

    ¿Tenemos que pagar esa pérdida de valores para tener ciertos privilegios? -> Creo que lo estamos pagando hace tiempo, y creo que, como siempre, pagan justos por pecadores.

    Muchos saludos,

  2. Teniamos que ponernos siempre en el lugar del otro para asi comprender las necesidades de este mundo que no todo es de color de rosa, como muchos nos hacen ver.gracias barbara por tus reflesiones.

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